Cómo vivir un Adviento pleno: la Iglesia comparte claves para no dejarse sorprender por la Navidad
3 de diciembre del 2025
El Adviento 2025 comenzó el pasado 30 de noviembre y abrió para los católicos un camino de preparación interior que desemboca en la alegría del Nacimiento del Señor. Sin embargo, en medio del ritmo acelerado del mundo, es frecuente que la Navidad “nos tome por sorpresa”, no por el misterio que anuncia, sino por la simple llegada del 25 de diciembre sin una auténtica preparación espiritual. Por ello, la Iglesia ofrece signos, himnos y celebraciones que ayudan al creyente a entrar en un tiempo de espera activa, penitencia gozosa y esperanza vigilante. A continuación, repasamos algunas claves para vivir estas semanas con hondura, evitando que el corazón llegue vacío al portal de Belén.
“El Adviento es la escuela donde el corazón aprende a esperar a Cristo para que la Navidad no sea una sorpresa del calendario, sino un encuentro transformador con Dios hecho hombre.”
Himnos que despiertan la esperanza: el alma camina hacia el encuentro con Cristo
La tradición musical de la Iglesia es uno de los grandes tesoros espirituales del Adviento. Los himnos que se entonan en estas semanas no son simples composiciones: son una escuela del corazón, melodías que acompañan la espera y expresan el anhelo de salvación que atraviesa toda la historia cristiana. Entre ellos, Veni, veni Emmanuel ocupa un lugar privilegiado. Su tono grave y su súplica ardiente captan el clamor de la humanidad herida por el pecado y la larga espera del Mesías. Se trata de un canto que, desde hace siglos, ayuda al fiel a levantar la mirada hacia el “horizonte de esperanza” que el Papa Francisco ha señalado como rasgo esencial del Adviento.
Otros himnos como Oh, ven, Divino Mesías o People Look East evocan la alegría contenida de quien sabe que el Señor está cerca. Y piezas populares como Alepún, con su cadencia que imita el paso del asno camino a Belén, introducen al creyente en la ternura de María encinta y en el realismo sencillo de la espera evangélica. En todos ellos resuena la certeza de que Dios cumple sus promesas y que la oscuridad —aunque real— no tiene la última palabra.
El lenguaje del color y del silencio: los signos que enseñan a esperar
Las iglesias en Adviento hablan por medio de los colores, las ausencias y los gestos litúrgicos. El púrpura —signo de penitencia— domina este tiempo, pero no es el mismo tono que el de la Cuaresma: posee un matiz azulado que recuerda el corazón mariano del Adviento, aludiendo a aquella que aguardó en silencio la llegada del Salvador. El rosa del domingo Gaudete interrumpe la austeridad del tiempo litúrgico para anunciar que la alegría está próxima, un anticipo luminoso del júbilo de la Navidad.
Junto a estos colores, la sobriedad de los templos es también un mensaje. La ausencia de flores, el uso contenido de instrumentos musicales y la omisión del Gloria generan un espacio de vacío deliberado, que prepara el alma para recibir la luz. Sólo en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción aparecen las primeras flores, como un signo de desbordamiento de gracia. Luego, en el domingo Gaudete, la liturgia permite un adelanto de la alegría que estallará en Navidad. En Adviento, incluso el silencio es un maestro. Invita a detener la prisa, a escuchar la Palabra y a dejar que el deseo de Dios despierte desde lo más profundo del alma.
Santos, solemnidades y un calendario que guía al encuentro con el Niño Dios
El calendario litúrgico de Adviento está diseñado para introducir al fiel en la doble perspectiva de este tiempo: la espera gloriosa de Cristo que vendrá al final de la historia y la preparación para su nacimiento en Belén.
Tras la Solemnidad de Cristo Rey, la Iglesia abre el Adviento recordando el poder del Señor que volverá en gloria. Y, poco a poco, la mirada se desplaza hacia la humildad de la Encarnación.
Esta senda espiritual está acompañada por apenas cinco memorias de santos, todas ellas profundamente vinculadas al misterio navideño. Entre ellas destaca San Nicolás, modelo de caridad silenciosa y generosa, cuya figura inspiró numerosas tradiciones navideñas. También Santa Lucía, cuyo gesto de portar velas en el cabello para ayudar a los necesitados en las catacumbas ilumina el camino hacia la luz de Cristo.
Y en el corazón del Adviento, la Iglesia celebra dos fiestas marianas fundamentales: la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), solemnidad y día de precepto, y Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre). Ambas recuerdan que María es el primer santuario donde Dios quiso habitar y que en ella resplandece, anticipadamente, toda la obra de la salvación.
Así, signos, cantos, silencios y celebraciones conducen al fiel hacia un Adviento vivido con profundidad, para que la Navidad no llegue como un simple cambio de fecha, sino como una verdadera irrupción de la gracia.
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