España celebra 440 años del milagro que consagró a la Inmaculada como patrona de la Infantería y marcó para siempre la fe de un pueblo
9 de diciembre del 2025
En cada Solemnidad de la Inmaculada, España se viste de luz y devoción. Pero este 8 de diciembre adquiere un significado especial: se cumplen 440 años del acontecimiento extraordinario que convirtió a la Virgen en patrona de la Infantería española y que dejó una huella imborrable en la memoria espiritual del país.
El llamado “Milagro de Empel”, ocurrido en 1585 durante la Guerra de los Ochenta Años, no sólo cambió el destino de un tercio español condenado a la derrota, sino que robusteció una tradición que siglos después desembocaría en la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Cuatro siglos largos después, la historia sigue vibrando en cada vigilia, en cada templo vestido de azul, y en cada español que reconoce en María la guía y el amparo de su fe.
“El sí de María cambió la historia; nuestro sí cotidiano permite que Dios siga transformando el mundo.”
Un amanecer helado, un hallazgo inesperado y un milagro que cambió la batalla
La madrugada del 7 al 8 de diciembre de 1585, el Tercio Viejo de Zamora, comandado por Francisco Arias de Bobadilla, vivía sus horas más amargas. Rodeados en el dique de Empel, sin víveres, exhaustos y atenazados por un frío insoportable, todo anunciaba un final trágico para los soldados españoles al servicio de Felipe II. Bobadilla, consciente de la gravedad, reunió a sus capitanes y los instó a ponerse en manos de Dios con una confianza absoluta.
Fue entonces cuando un simple soldado, al cavar un hoyo para protegerse del viento, encontró una tabla con la imagen de la Inmaculada Concepción. A falta de explicaciones humanas, el hallazgo fue recibido como un signo del cielo. La imagen fue llevada en procesión a una iglesia cercana, y la tropa, conmovida, encomendó su destino a la Virgen.
Tras aquella súplica, ocurrió lo impensable: el agua del dique comenzó a helarse de manera repentina —algo insólito para la época— hasta formar una superficie firme sobre la que el Tercio pudo avanzar. Gracias a este inesperado fenómeno, los españoles cruzaron a pie y derrotaron a la flota rebelde holandesa. Desde entonces, los Tercios proclamaron a la Inmaculada como su patrona, un reconocimiento que se extendería oficialmente a toda la Infantería española en 1892.
España y la Inmaculada: una defensa que se remonta siglos atrás
Aunque el dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado oficialmente por el Papa Pío IX en 1854, España llevaba siglos defendiendo esta verdad mariana como parte esencial de su identidad espiritual.
Ya en el año 675, el rey visigodo Wamba destacó en el XI Concilio de Toledo como ardiente defensor de la pureza original de María. Siglos después, monarcas como Felipe IV y Carlos III continuaron impulsando esta devoción. En 1761, Carlos III consagró a la Inmaculada como patrona universal de todos los reinos españoles y de las Indias, reforzando así una tradición nacional que unía fe, cultura y pertenencia.
Roma misma reconoce esta herencia: la estatua de la Inmaculada que se alza en la Plaza de España fue instalada en parte como homenaje a la histórica defensa española de este privilegio mariano. Pocos países pueden presumir de una vinculación tan profunda, tan constante y tan larga con el misterio de la Concepción Inmaculada.
El azul de María: un privilegio litúrgico exclusivo del clero español
La devoción hispana no sólo se expresó en la teología o en la política; también dejó su marca en la liturgia. Desde el siglo XVII, sacerdotes españoles comenzaron a usar casullas de color azul purísimo en honor a la Virgen, una práctica completamente excepcional dentro de la Iglesia universal. Aunque los colores litúrgicos oficiales son blanco, verde, rojo, morado, negro y rosado, España obtuvo un privilegio específico. En 1817, el Papa Pío VII concedió el uso de ornamentos azules a la Catedral de Sevilla para la fiesta de la Inmaculada y su octava. Más tarde, esta autorización se extendió a toda la Archidiócesis hispalense y, en 1883, a todo el clero español.
En 1962 se reguló su uso exclusivamente para la solemnidad del 8 de diciembre y para misas votivas en honor de María. Así, cada año, los templos de España se llenan de este azul celestial que simboliza la pureza de la Madre de Dios y la fidelidad de un pueblo que la ha amado con particular ardor.
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