La infalibilidad papal, al descubierto: una verdad poco comprendida que ilumina la fe católica en la solemnidad de la Inmaculada
10 de diciembre del 2025
En torno a la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, una de las fiestas marianas más queridas por el pueblo católico, vuelve a surgir una pregunta tan antigua como actual: ¿qué significa exactamente la infalibilidad papal? El vínculo entre esta celebración y la enseñanza de la Iglesia no es casual.
De hecho, uno de los primeros y más claros ejemplos de esta prerrogativa doctrinal es precisamente el dogma que proclamó que María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su existencia. Pero, a pesar de su importancia y de su presencia constante en la vida de la Iglesia, la infalibilidad papal continúa siendo uno de los conceptos más incomprendidos —y a veces caricaturizados— de la fe católica.
“La infalibilidad papal no es un privilegio personal del Papa, sino un don del Espíritu Santo para que la Iglesia nunca pierda la verdad que salva.”
Un dogma mariano que abrió paso a una gran claridad doctrinal
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX definió en Ineffabilis Deus la verdad que los católicos ya veneraban desde siglos atrás: María, la Madre del Señor, fue “preservada inmune de toda mancha de pecado original”. Esta proclamación es uno de los ejemplos más notorios de un acto ex cathedra, es decir, una declaración papal infalible que obliga a toda la Iglesia.
Pero llegar a esta definición no fue un camino sencillo. La Inmaculada Concepción fue largamente disputada, especialmente por los reformadores protestantes, que cuestionaban la posibilidad de una intervención singularísima de Dios en la concepción de María.
Fue precisamente esta resistencia la que llevó al Papa a reafirmar solemnemente la verdad revelada, iluminando la tradición y consolidando la fe de millones de fieles. En este sentido, la solemnidad de la Inmaculada sigue siendo un recordatorio anual de una realidad profunda: la Iglesia no inventa verdades nuevas, sino que custodia, clarifica y propone con autoridad lo que Dios ha revelado para la salvación.
Cómo nació la enseñanza de la infalibilidad: un carisma al servicio de la Iglesia
Aunque desde los primeros siglos los católicos ya reconocían una autoridad doctrinal singular en el obispo de Roma, fue el Concilio Vaticano I (1870) el que definió explícitamente la infalibilidad papal. En la constitución Pastor Aeternus se explica que el Papa, cuando ejerce su misión de Pastor universal y define una enseñanza sobre fe o moral con intención de obligar a toda la Iglesia, goza del auxilio del Espíritu Santo para no errar.
Sin embargo, esta infalibilidad no es, como tantas veces se malinterpreta, una especie de impecabilidad personal o una garantía de acierto en todo lo que el Papa diga o haga. El P. Patrick Flanagan lo expresa con claridad: “El Papa es humano. Puede equivocarse, puede pecar, puede juzgar mal cuestiones cotidianas”.
La infalibilidad no afecta a la vida diaria del Pontífice, sino a momentos muy concretos en los que ejerce de supremo maestro de la fe.
Los teólogos subrayan cuatro criterios clave que deben concurrir para que una declaración sea infalible:
– El Papa debe hablar como Papa, no como teólogo privado.
– Debe tratar asuntos de fe o moral.
– Debe formular la enseñanza de modo definitivo y explícito.
– Debe dirigirse a toda la Iglesia universal obligando a creer.
Ese rigor explica por qué los actos infalibles son muy pocos a lo largo de la historia.
Un carisma para custodiar la verdad, no para crearla
El teólogo John P. Joy recuerda que la infalibilidad papal se apoya directamente en las palabras de Cristo a Pedro: “Lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos” (Mt 16,19). Para la Iglesia, esto significa que Dios garantiza que el Papa no pueda desviar a los fieles cuando define solemnemente una verdad de la fe. El fundamento, por tanto, no es la pericia del Papa, sino la fidelidad del Señor a su Iglesia.
A lo largo de los siglos, los sucesores de Pedro han ejercido este carisma con extrema prudencia. De hecho, no existe una lista oficial de declaraciones infalibles, aunque se reconocen como las más emblemáticas la Inmaculada Concepción (1854) y la Asunción de María (1950). Otros documentos, como Benedictus Deus (1336) o Exsurge Domine (1520), también se han considerado expresiones de esta autoridad extraordinaria.
La infalibilidad, por tanto, es ante todo una herramienta de servicio.
No está destinada a imponer opiniones personales ni a intervenir sobre ciencia, política o economía. Su único propósito es custodiar la fe recibida, clarificarla cuando surge la confusión y asegurar que la Iglesia permanezca unida en la verdad que salva. En palabras de Joy, “cuando confiamos en una declaración infalible, nuestra fe no se apoya en el Papa como si fuera un oráculo, sino en Dios, que no permitirá que su Iglesia sea engañada en cuestiones esenciales”.
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