El Adviento, camino hacia Jesús de la mano de María: una invitación a redescubrir a la Madre que nos prepara para la Navidad
9 de diciembre del 2025
El Adviento es un tiempo de esperanza silenciosa, de expectación encendida, de vigilancia amorosa. Pero, sobre todo, es un tiempo profundamente mariano. La Iglesia nos recuerda que no es posible acoger plenamente el misterio de la Navidad sin acercarnos a María, la Madre que llevó en su seno al Salvador y que enseña a cada creyente a esperar, a creer y a disponerse para la llegada de Cristo.
Desde las palabras de los santos hasta las antiguas tradiciones familiares, desde la liturgia hasta la oración del Rosario, todo en estas semanas señala a la Virgen como compañera imprescindible del Adviento cristiano. Su presencia, humilde y luminosa, se convierte en guía para quienes desean recibir a Jesús con un corazón renovado y abierto a la gracia.
“Vivir el Adviento con María es dejar que su ‘sí’ ilumine nuestra espera y prepare nuestro corazón para Jesús.”
María, la maestra del Adviento: el rostro materno de la espera
San Juan Pablo II lo expresó con gran claridad en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae: nadie conoce a Jesús como lo conoce su Madre, y nadie puede introducirnos en su misterio como Ella. Si el Adviento nos invita a volver a desear la presencia del Señor, entonces necesariamente nos conduce hacia la Santísima Virgen, cuyo “sí” abrió el camino de la redención. Su espera gozosa y su disponibilidad absoluta se convierten en modelo de quienes anhelan recibir a Cristo no solo en la celebración de la Navidad, sino en cada acontecimiento de su vida.
La célebre frase atribuida a Santa Teresa de Calcuta —“Sin María, no hay Jesús”— resume una verdad espiritual que atraviesa los siglos: acercarnos a María es acercarnos al Hijo. Por eso la piedad popular y la liturgia, de forma insistente, nos proponen vivir estas semanas con Ella y a través de Ella. Las festividades marianas del mes de diciembre —la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de Loreto y Nuestra Señora de Guadalupe— no son simples coincidencias del calendario: forman un itinerario espiritual que nos enseña a contemplar, como lo hizo María, la obra de Dios que se gesta en lo oculto.
La Solemnidad de la Inmaculada, el 8 de diciembre, resuena con fuerza en el corazón del Adviento. Como recuerda el Directorio de Piedad Popular, esta fiesta ilumina la preparación al nacimiento de Jesús porque remite a la historia de la salvación, a las profecías y símbolos que anunciaron la llegada del Mesías. Dos días después, la memoria de la Santa Casa de Loreto nos hace volver al lugar donde María pronunció el “fiat” que cambió la historia. Y el 12 de diciembre, Nuestra Señora de Guadalupe nos recuerda que la maternidad espiritual de María alcanza a todos los pueblos.
Un tiempo litúrgico profundamente mariano: aprender de la Virgen a esperar al Mesías
San Pablo VI, en su exhortación Marialis Cultus, destacó que el Adviento mantiene un equilibrio perfecto entre la espera del Mesías y el recuerdo amoroso de la Madre. La liturgia de estos días está llena de referencias a María, porque en ella se encarna la esperanza del pueblo de Israel y del mundo entero. Pablo VI, con su habitual precisión, afirmó que este tiempo debe considerarse especialmente apto para venerar a la Madre del Señor. No es una devoción añadida: forma parte del corazón del Adviento.
San Juan Pablo II profundizó aún más en esta enseñanza, recordando que el Adviento no es sólo memoria del nacimiento de Jesús hace dos mil años, sino un “entrenamiento intenso” para reconocer al Señor que viene cada día, y que vendrá al final de los tiempos. Y para aprender ese arte espiritual —ver a Cristo en la vida cotidiana— no hay mejor maestra que María.
Ella vivió en vigilancia amorosa, supo descubrir la acción de Dios en lo pequeño y permaneció fiel incluso en los momentos más oscuros. El Adviento requiere silencio, docilidad, apertura. María nos enseña las tres. Su presencia en la liturgia no es decorativa: es pedagógica. En cada antífona, en cada oración, en cada referencia al misterio de la Encarnación, la Iglesia nos invita a entrar en esa escuela interior donde la Virgen prepara los corazones para acoger al Señor.
Tradiciones, oración y vida cotidiana: cómo caminar con María hasta Belén
La espiritualidad mariana del Adviento no se reduce a celebraciones litúrgicas. Desde hace siglos, numerosas costumbres familiares introducen a los creyentes —y especialmente a los niños— en una manera muy concreta y afectiva de vivir la espera. Entre ellas destaca la tradición de la “vela de María”, que recuerda cada día que la Virgen aguardó con amor a la Luz del Mundo. El P. Edward Sutfin, en su obra True Christmas Spirit, describía esta práctica con ternura: una vela blanca, colocada sobre un paño también blanco y situada ante una imagen de María, ilumina el hogar como un pequeño altar doméstico. Su mensaje, decía, es tan sencillo y tan elocuente que incluso los más pequeños pueden comprenderlo.
Helen McLoughlin, en Family Advent Customs, relataba otra hermosa costumbre: colocar una rosa y una vela adornada cerca de una imagen de la Virgen para representar la expectación materna de María. Para los niños, decía, el Adviento se convierte así en un descubrimiento gozoso de Jesús en el seno de su Madre, y en una invitación a mantener viva la luz de la gracia en sus propias vidas.
Y si hay una oración que acompaña este camino, esa es el Rosario. Los Misterios Gozosos —desde la Anunciación hasta Jesús perdido y hallado en el Templo— permiten contemplar paso a paso cómo María vivió la Encarnación. San Juan Pablo II explicaba que estos misterios revelan el “secreto de la alegría cristiana”, porque en ellos se encuentra la clave del amor de Dios que se hace cercano, frágil y humano.
El Papa León XIV, desde su elección, ha recordado con frecuencia que María desea caminar junto a sus hijos, especialmente en los tiempos fuertes de la Iglesia. Adviento, decía Benedicto XVI, es una estación mariana por excelencia. Quien vive el Adviento con María se deja envolver por el mismo “sí” que abrió la plenitud de los tiempos.
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