La “revolución sexual” tendrá apenas unos 60 años de haber comenzado a proponerse, pero desde hace más tiempo – por lo menos dos siglos – el anti-catolicismo ha tenido sus raíces en dos corrientes filosóficas (o ideológicas), el utilitarismo y el subjetivismo. Ambas ideas nos quieren hacer creer que no hay reglas absolutas sobre la Moral. Sus correligionarios se declaran “progresistas”.
Como su nombre lo indica, la primera de esas ideologías – el utilitarismo – se basa en hacernos creer que solamente lo que es útil es valioso. Si no lo es, hay que desecharlo.
Dos claros ejemplos de ello son el marxismo, o Socialismo, y el fascismo, como el que se vivió en la Alemania Nazi bajo la dictadura de Hitler. El socialismo quiere que solamente exista una sola clase social, el proletariado (los obreros). El tiempo se ha encargado de la realidad: un rotundo fracaso.
Por otro lado, el fascismo pregonaba que solamente debía existir una sola raza, la aria. Las demás razas – principalmente la judía – tenían que desaparecer de la faz de la Tierra. De nuevo, un rotundo fracaso.
En cuanto al subjetivismo, como también su nombre lo indica, nos habla de que todo es subjetivo – ¿suena a algo conocido? – y como consecuencia de ello el bien y el mal, la verdad y la mentira, son meramente asuntos subjetivos, sujetos a una estricta opinión personal. Es decir, lo que yo piense o diga va a depender de mi propio criterio.
De esta última ideología nace aquello que se escribió al principio de este tema: todo es relativo.