Siete historias de pobreza radical que cambiaron la Iglesia: el legado luminoso de quienes nada tuvieron y lo dieron todo

18 de noviembre del 2025
Ignacio Loyola

Habiendo pasado la Jornada Mundial de los Pobres, celebrada el 16 de noviembre, la Iglesia vuelve a mirar hacia quienes, a lo largo de los siglos, abrazaron la pobreza más extrema como camino de santidad. Son hombres y mujeres que, con sus vidas marcadas por la carencia, la sencillez y la total confianza en Dios, se convirtieron en señales vivas del Evangelio. La pobreza no fue para ellos ausencia, sino espacio donde Cristo lo llenó todo.

“Los santos pobres nos recuerdan que, cuando nada poseemos, Dios se convierte en nuestro único tesoro”.

Francisco de Asís, el joven rico que lo dejó todo para hacerse hermano de los pobres



Entre todos los santos que abrazaron la pobreza, pocas figuras resplandecen tanto como San Francisco de Asís. Nacido en una familia acomodada, renunció a sus bienes y a su herencia para vivir entre los últimos, confiando únicamente en la Providencia. En 1210 redactó la regla que dio origen a la gran familia franciscana, marcada por un estilo de vida austero en lo material, pero radiante en alegría. Para Francisco, desprenderse de todo era la manera más pura de imitar a Cristo pobre y obediente; y ese espíritu contagió a sus primeros hermanos, que transformaron a la Iglesia desde sus barrios más humildes.


A su lado, en la galería de los santos pobres, se alza la figura ardiente de San Juan de Dios, un hombre cuya conversión radical lo llevó a vivir como último entre los últimos. Llegó a fingir demencia para purificar su alma y para conocer el mundo del sufrimiento desde dentro. Tras pasar por un manicomio, fundó un hospital que se convirtió en hogar para quienes no tenían hogar. Su entrega incesante dio origen a la Orden Hospitalaria que hoy continúa su misión.


Pobreza como camino interior: Ignacio, Bernardita y Domingo, tres almas humildes que se dejaron moldear por Dios


Cuando San Ignacio de Loyola experimentó la llamada de Cristo, dejó atrás la vida cómoda de su casa familiar y eligió la senda de la austeridad y la penitencia. Se vistió como mendigo, pidió limosna y vivió sin otro sustento que la misericordia divina. La radicalidad de su entrega marcó profundamente a sus primeros compañeros —entre ellos San Francisco Javier y San Pedro Fabro— y dio origen a una espiritualidad que, cinco siglos después, sigue transformando el mundo.


También conoció la pobreza en su forma más cruda Santa Bernardita Soubirous, la joven vidente de Lourdes. Su familia, hundida en la miseria, vivió hacinada en un cuarto único y frecuentemente sin pan en la mesa. De esa vida dura surgió un alma limpia, abierta a la gracia, capaz de reconocer a la Madre de Dios en la gruta de Massabielle.


En la misma línea de sencillez aparece Santo Domingo Savio, hijo mayor de un mecánico y de una costurera. Desde pequeño vivió rodeado de escasez, pero con un corazón grande y decidido. Su encuentro con Don Bosco fue decisivo: pidió ser admitido gratuitamente en el colegio para muchachos pobres y allí trazó su famoso propósito: «Antes morir que pecar». Su vida, breve pero intensa, revela cómo la pobreza no impidió la grandeza de espíritu.


Cuando la miseria se vuelve luz: Cupertino y San Diego, humildes servidores de Dios


La pobreza marcó el nacimiento de San José de Cupertino, conocido como “el santo volador”. Llegó al mundo en un cobertizo porque su familia no podía pagar la vivienda. Rechazado primero por franciscanos y capuchinos por su extrema distracción, vivió la humillación del desprecio incluso entre sus parientes. Solo gracias a la insistencia de su madre, fue recibido como auxiliar en un convento franciscano, donde finalmente floreció su vocación. Entre despojos y dificultades, Dios hizo de él un testigo excepcional de humildad y contemplación.


El recorrido se completa con San Diego de Alcalá, hijo de campesinos pobres de la provincia de Sevilla. Vivió su vocación entre los necesitados, sirviéndolos desde la fraternidad franciscana. En Alcalá de Henares, donde fue portero y jardinero, se multiplicaron los milagros que la tradición conserva como huellas de una vida totalmente entregada.


Estos siete santos —tan distintos en época, origen y misión— muestran un mismo hilo conductor: la pobreza no fue para ellos un simple contexto social, sino un camino de configuración con Cristo. En sus historias se revela la paradoja cristiana: quienes lo perdieron todo, ganaron el cielo.

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