“Una pérdida de cualquier modo”: la herida de los fieles de la Misa en latín tras su restricción en Carolina del Norte
15 de octubre de 2025
La decisión del obispo de Charlotte de limitar la celebración de la Misa tradicional en latín a una sola capilla ha dejado a cientos de fieles divididos entre la obediencia y el amor a una liturgia que ha marcado su vida espiritual. Entre la nostalgia, la confusión y la esperanza, muchos viven lo que describen como un “vacío” en sus parroquias y en sus corazones.
“El mundo necesita comunidades católicas fuertes, y esto nos va a dividir de maneras que aún no podemos imaginar.”
"Cuando se prohíbe la Misa que amas, no solo se cambia un rito: se toca el corazón de una comunidad."
La decisión episcopal que cambió una década de tradición
Hasta hace apenas unos días, cerca de 1.500 católicos de la Diócesis de Charlotte, en Carolina del Norte, asistían cada domingo a la Misa tradicional en latín (MTL) en cuatro parroquias locales. Pero el 2 de octubre, el obispo Michael Martin, que apenas lleva un año y medio al frente de la diócesis, anunció la restricción de esta forma litúrgica a una única capilla situada a más de 48 kilómetros de la ciudad, la Chapel of the Little Flower, en Mooresville.
La medida busca, según explicó el prelado, cumplir con las disposiciones de Traditionis custodes, la carta apostólica de 2021 del Papa Francisco que insta a limitar el uso de la Misa anterior al Concilio Vaticano II para preservar la unidad de la Iglesia universal.
Sin embargo, la aplicación de la norma ha provocado una sacudida espiritual entre los fieles que durante años habían vivido su fe en torno a esta forma litúrgica.
“Amamos a nuestro párroco y queremos seguir enraizados en la vida parroquial, pero la Misa en latín es un don precioso que debemos preservar”, explicaba Elizabeth Hadi, madre de cinco hijos, al diario National Catholic Register. Su familia, que se trasladó desde Nueva York a Charlotte precisamente por la vitalidad de sus parroquias, se debate ahora entre asistir a la MTL en Mooresville o permanecer en su comunidad original, St. Thomas Aquinas.
Uno de sus hijos, cuenta Elizabeth, llegó incluso a suplicar poder caminar más de 11 kilómetros para seguir sirviendo como monaguillo en su antigua parroquia. “Nos sentimos divididos. No queríamos tener que elegir”, lamenta.
Entre la obediencia y la desolación: comunidades que se reconfiguran
El obispo Martin, consciente del impacto de su decisión, escribió a los fieles en una carta el 26 de septiembre. En ella reconocía el apego de muchos a la MTL, pero les animaba a permanecer fieles a sus parroquias. “Les invito a ver la Little Flower Chapel como un santuario al que puedan acudir ocasionalmente —expresó—, mientras participan regularmente en la vida de su parroquia.”
Sin embargo, para muchos, la realidad es distinta. Las cifras hablan por sí solas: según la Charlotte Latin Mass Community (CLMC), más de 600 fieles asistieron a las primeras Misas celebradas en la nueva capilla el domingo 5 de octubre, pese a que el templo, una antigua iglesia protestante con capacidad para 364 personas, carece de órgano y tiene aparcamiento limitado.
En cambio, las parroquias que antes ofrecían la MTL registraron una caída drástica en la asistencia. En St. Ann’s, la Misa del mediodía pasó de 450 personas a apenas 200. En Our Lady of Grace, de 300 a 100. Muchos fieles optaron incluso por cruzar las fronteras diocesanas o estatales para asistir a la liturgia tradicional en comunidades vecinas, como la Prince of Peace en Taylors (Carolina del Sur) o la Catedral del Santo Nombre de Jesús en Raleigh.
“Amamos nuestra parroquia, pero necesitamos ir donde está la Misa en latín”, confesaba Kimberly Perry, quien asistió con su esposo a la última celebración tradicional en St. Ann’s. “Será un sacrificio, pero no podemos renunciar a algo tan esencial para nuestra vida espiritual.”
Otros, en cambio, se han visto obligados a quedarse. La distancia, los gastos o la imposibilidad de viajar con niños pequeños hacen inviable el desplazamiento semanal. “Será una pérdida de cualquier modo”, resumía Diane Stocker, feligresa de St. Ann’s. “Queremos estar en nuestra parroquia, pero también queremos vivir la liturgia que amamos. Y no podemos hacerlo todo.”
“No nos han escuchado”: el sentimiento de abandono
Más allá de las dificultades prácticas, muchos fieles expresan un profundo malestar por el modo en que se comunicó la decisión episcopal. Aunque el obispo Martin afirmó haber “escuchado las historias de fidelidad” de la comunidad MTL, los devotos consideran que no hubo diálogo real.
“La carta fue dolorosa de leer —explica de nuevo Elizabeth Hadi—. Decir que la Misa en latín causa división cuando, en realidad, ha sido fuente de unidad y reverencia para nuestras familias, nos hizo sentir incomprendidos.”
El cofundador de la CLMC, Brian Williams, asegura que el obispo nunca visitó las parroquias donde se celebraban las MTL ni se reunió con sus fieles. “No ha caminado con nosotros. No nos ha conocido. Y ahora sentimos que se nos ha impuesto algo sin escucharnos.”
Según la asociación, los párrocos de las cuatro comunidades afectadas se reunieron con el obispo el pasado 28 de agosto para solicitar que reconsiderara su decisión. Aun así, Martin mantuvo la restricción, que ya había intentado aplicar en julio pero pospuso ante la reacción de los fieles.
“Me siento menos unido a mi obispo que nunca”, reconocía Michael Kramer, padre de cinco hijos pequeños. “Esto podría haberse evitado. Incluso si mañana revocara la norma, el daño ya está hecho: la confianza está rota.”
Un vacío en las parroquias y en los corazones
El impacto emocional de la medida se percibe también en los sacerdotes. El párroco de St. Ann’s, P. Timothy Reid, lo expresaba con tristeza en una carta a sus feligreses: “Recuerden que St. Ann’s sigue siendo su hogar. La capilla de la Misa en latín será como una extensión de nuestra comunidad.” Sin embargo, admitía que “será difícil, porque el domingo es cuando un pastor ve a su pueblo, y aquí habrá un vacío.”
La reciente película Bread Not Stones, que retrata la vida de la comunidad de Misa en latín en Charlotte, muestra ese mismo sentimiento: la idea de “vivir una doble vida”, dividida entre la parroquia y la liturgia amada. Otro entrevistado comparaba la situación con “un divorcio forzado”.
Mientras tanto, la capilla de Mooresville se llena cada fin de semana de familias que viajan más de una hora para escuchar el canto gregoriano y participar en el rito que, para ellos, sigue siendo “la forma más plena de adorar a Dios”.
“No buscamos dividir a la Iglesia. Buscamos vivir nuestra fe con la belleza y el silencio que nos acercan más a Cristo.”
A pesar de la distancia, del cansancio y del dolor, los fieles aseguran que continuarán orando “por claridad, por unidad y por obediencia en medio del sufrimiento”.
Porque, como repiten muchos en Charlotte, no se trata solo de una cuestión litúrgica, sino de identidad, de pertenencia y de amor por una tradición que ha moldeado su fe y su manera de encontrarse con Dios.
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