Cristo Rey: la fiesta que nació para recordar al mundo quién es el verdadero Señor de la historia
20 de noviembre del 2025
Cada noviembre, la Iglesia Católica concluye su año litúrgico con una proclamación solemne que resuena desde los primeros siglos de la fe: Jesucristo es Rey. No se trata de una metáfora piadosa ni de un título honorífico, sino de una verdad que atraviesa las Escrituras, la tradición y la vida espiritual de los creyentes. La Solemnidad de Cristo Rey —instituida hace menos de un siglo, pero asentada sobre fundamentos eternos— invita a mirar de frente el señorío de Cristo en un mundo que, con frecuencia, intenta prescindir de Él. Para comprender el sentido de esta celebración, su origen y su profunda actualidad, el P. Juan Manuel Sierra, experto en Liturgia de la Universidad San Dámaso, analiza su trasfondo y su razón de ser. Su reflexión abre las puertas a una historia que combina teología, tradición y un llamado urgente a recuperar la centralidad de Cristo en la vida personal y social.
“Cristo no reina como los poderosos del mundo, sino como Aquel que entrega su vida para rescatar a la humanidad entera”.
Una fiesta reciente con raíces antiguas: cómo nació la Solemnidad de Cristo Rey
Aunque la realeza de Jesucristo atraviesa toda la Biblia, desde las profecías mesiánicas hasta la confesión final de Pilato, la fiesta litúrgica que lleva su nombre es relativamente moderna. Fue el Papa Pío XI quien, en 1925, deseó recordar a un mundo herido por la guerra y seducido por ideologías anticristianas que solo Cristo es Señor de la historia.
En la encíclica Quas Primas —publicada en un Año Santo— el Pontífice denunció cómo el secularismo y el laicismo estaban arrancando a Dios de la vida pública y privada, desfigurando el sentido auténtico de la existencia humana. Para responder a esta crisis espiritual, instituyó la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, convencido de que la humanidad necesitaba volver a reconocer la soberanía de Aquel que la redimió “al precio de su sangre”.
Originalmente, la fiesta se celebraba el último domingo de octubre. Sin embargo, tras la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, la Iglesia vio conveniente situarla al final del año litúrgico para subrayar su mensaje: todo nace en Cristo y todo encuentra en Él su plenitud. De este modo, la liturgia concluye proclamando que Cristo reina, antes de volver a comenzar con el Adviento y la espera de su venida.
Cristo, Rey verdadero: el título que nace del Evangelio y culmina en la Cruz
El título de “Rey” aplicado a Jesús aparece explícitamente en episodios clave. En la Pasión, cuando Pilato le pregunta si es rey, Él responde con firmeza: “Soy Rey, para esto he venido al mundo”. Pero inmediatamente aclara que su Reino no es político ni violento: “Mi Reino no es de este mundo”. Su autoridad nace de la verdad, no de las armas; de la entrega, no de la dominación.
El P. Sierra destaca que Pío XI insistió en que Cristo no solo reina por naturaleza —como Hijo eterno del Padre— sino también por conquista, porque en la Cruz venció al pecado y abrió para todos el camino de la redención. Su Reino, afirma la encíclica, exige a sus súbditos vivir desprendidos, buscar la justicia, practicar la mansedumbre y cargar la cruz de cada día.
Las profecías del Antiguo Testamento ya habían anunciado esta realeza: el Mesías reinaría sobre todos los pueblos, su dominio no tendría fin y establecería un reinado de paz verdadera. A su vez, el Nuevo Testamento confirma este anuncio desde la Anunciación, cuando el ángel proclama a María que su Hijo heredará el trono de David y reinará eternamente.
La Iglesia, consciente de esta verdad, celebra a Cristo como Rey en múltiples momentos del año litúrgico, pero la solemnidad permite contemplar su señorío en toda su amplitud: Rey de la creación, Rey de la historia, Rey de cada corazón humano que libremente lo acoge.
Una fiesta que conquistó al mundo: historia, expansión y primera parroquia dedicada a Cristo Rey
Aunque la solemnidad nació en Roma, la primera parroquia dedicada explícitamente a Cristo Rey surgió en un lugar inesperado: Cincinnati, Ohio, en 1926. Sin templo propio, sin presupuesto y sin electricidad, los primeros fieles asistieron a Misa iluminados únicamente por los faros de los coches estacionados frente al espacio improvisado. El P. Edward J. Quinn, antiguo capellán militar, utilizó su equipo de campaña para celebrar la Eucaristía.
Años después, con la construcción definitiva del templo en estilo brutalista, la comunidad simbolizó en piedra lo que ya vivían en espíritu: su fidelidad al Rey que no abandona a quienes confían en Él.
Sin embargo, la fiesta no fue fácil de explicar en todas partes. En el contexto estadounidense —marcado por un fuerte rechazo a la monarquía desde su independencia— algunos sacerdotes enfrentaron críticas por predicar sobre un Rey. El pasaje de Quas Primas que subraya que el Reino de Cristo es espiritual —no político ni competitivo con ningún gobierno terrenal— fue fundamental para disipar malentendidos.
El Pontífice insistió en que Cristo no pretende sustituir la autoridad civil, sino iluminarla; no quiere desplazar sistemas políticos, sino convertir los corazones para que la sociedad se ordene según la verdad y la caridad.
Desde su incorporación al nuevo calendario en 1970, la solemnidad puede celebrarse entre el 20 y el 26 de noviembre. Su ubicación final —al término del año litúrgico— recuerda que Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el Señor que guía la historia hacia una plenitud que solo Él puede otorgar.
¿Por qué Cristo es Rey? La explicación profunda que se oculta tras la fiesta
La tradición cristiana reconoce en Jesús un Rey en tres dimensiones:
- Reina en la inteligencia, porque es la Verdad que ilumina todo entendimiento humano.
- Reina en la voluntad, porque su humanidad perfecta se somete enteramente a la voluntad del Padre.
- Reina en el corazón, porque nadie ha amado como Él ni nadie podrá amar con tanta misericordia y entrega.
Pero también es Rey en sentido estricto, pues el Padre le ha confiado el poder sobre todas las naciones y, como Verbo eterno, comparte con Él el dominio absoluto sobre la creación.
Las profecías que anunciaban su nacimiento apuntaban a esta verdad, los evangelios la confirman y la Iglesia la celebra: Jesucristo es el Rey prometido, el Pastor fiel, el Juez de vivos y muertos, el Señor al que toda rodilla se doblará.
Su realeza no oprime, libera. No gobierna con miedo, sino con misericordia. No exige sumisión, sino amor. Y nos recuerda que pertenecemos a Aquel que nos redimió “no con oro ni plata, sino con su sangre preciosa”.
Una fiesta para un tiempo que parece olvidar a su Rey
El P. Sierra subraya que la fiesta no es un recuerdo histórico, sino una llamada urgente: en un mundo que intenta expulsar a Dios del ámbito público, la Iglesia proclama que solo Cristo puede otorgar a la humanidad una paz verdadera, una libertad auténtica y un sentido que no se agote en lo material.
La Solemnidad de Cristo Rey del Universo es, por tanto, una invitación a:
- volver a reconocer el señorío de Cristo en la propia vida;
- dejar que su Palabra guíe decisiones, relaciones y proyectos;
- recordar que no somos dueños de nuestra existencia, sino discípulos de un Rey que murió por nosotros.
Con esta celebración, el año litúrgico se cierra proclamando una verdad que da esperanza: el mal no tiene la última palabra, la historia no está abandonada al caos y el futuro está en manos de un Rey crucificado que reina desde la humildad del amor.
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