Descubren en Turquía panes eucarísticos de hace 1.300 años con la imagen de Cristo: una ventana al cristianismo primitivo
20 de octubre de 2025
En el sur de Turquía, un equipo de arqueólogos ha realizado un hallazgo que podría cambiar la comprensión de la liturgia cristiana de los primeros siglos: cinco panes de comunión con más de 1.300 años de antigüedad, uno de ellos con la figura de Jesucristo grabada en su superficie. El descubrimiento, ocurrido en la antigua ciudad bizantina de Irenópolis —hoy Topraktepe—, arroja nueva luz sobre la fe y las prácticas del cristianismo temprano en la región de Anatolia.
“Encontrar la imagen de Cristo en un pan de comunión es como escuchar el eco de la primera fe que alimentó a los creyentes del siglo VII.”
"Cada fragmento arqueológico de la fe nos recuerda que el cristianismo no nació en los templos, sino en los corazones y en las mesas donde se partía el pan en nombre de Jesús."
Un hallazgo excepcional en la “Ciudad de la Paz”
El descubrimiento tuvo lugar en Topraktepe, una zona arqueológica ubicada en la provincia turca de Karaman, conocida en la Antigüedad como Irenópolis, cuyo nombre significa “Ciudad de la Paz”. Este enclave, que fue centro de vida romana y bizantina, ha revelado ahora un testimonio tangible de la espiritualidad de sus antiguos habitantes.
Los arqueólogos hallaron cinco panes carbonizados datados entre los siglos VI y VIII. Gracias a la ausencia de oxígeno en el entorno donde fueron encontrados, los panes se conservaron en un estado excepcional, lo que los convierte en los ejemplares mejor preservados conocidos hasta la fecha en toda Anatolia.
Uno de ellos presenta un relieve que representa a Jesucristo, acompañado de una inscripción en griego que dice: “Con nuestro agradecimiento al Bendito Jesús”. Otros muestran grabados en forma de cruz griega, símbolo característico del cristianismo oriental.
El profesor Giovanni Collamati, historiador de la Universidad CEU San Pablo y especialista en la Edad Media, explicó la relevancia de este hallazgo: “La historia medieval es un período del que todavía sabemos poco. Este descubrimiento no sólo tiene valor arqueológico, sino también teológico y litúrgico, pues nos muestra cómo se vivía la fe fuera de los grandes centros del poder eclesiástico.”
Cristo sembrador: una iconografía única y profundamente simbólica
Según el comunicado del Gobierno de Karaman, la figura representada en el pan no corresponde al tradicional Cristo Pantocrátor, sino a un “Jesús sembrador” o “Jesús agricultor”, una imagen inusual en la iconografía bizantina, pero cargada de significado.
Esta representación, explican los expertos, podría reflejar la conexión entre la fe y el trabajo agrícola, evocando las parábolas del Evangelio en las que Jesús se presenta como el sembrador de la Palabra. En una época en la que la vida rural dominaba la sociedad, la figura del “Cristo agricultor” habría sido una expresión cercana y accesible de la divinidad para los fieles.
“El arte sacro cambia según las épocas —explica Collamati—. Este Cristo campesino revela una religiosidad popular, más cercana al pueblo que a las élites. Es posible que estemos ante un culto local, no institucional, que expresa una forma viva y sencilla de venerar a Jesús.”
El hallazgo reviste además especial importancia porque Irenópolis no era una ciudad central del Imperio Bizantino, a diferencia de Constantinopla o Antioquía. Esto sugiere que existían formas litúrgicas y devocionales propias de las comunidades locales, que con el tiempo fueron asimiladas por la Iglesia universal.
“Este tipo de descubrimientos nos ayuda a comprender cómo los primeros cristianos expresaban su fe antes de la estandarización litúrgica en Roma”, afirma el profesor Collamati.
Los primeros siglos de la Eucaristía: entre la fe y la historia
Los investigadores consideran que estos panes podrían haber sido utilizados en las celebraciones eucarísticas del cristianismo primitivo. Elaborados con cebada, los panes remiten a los alimentos cotidianos de las comunidades humildes, lo que refuerza la hipótesis de que formaban parte de un contexto litúrgico popular.
Hasta el siglo XI —explica Collamati— la liturgia no se había unificado del todo: “Durante los primeros mil años, cada obispo era casi autónomo. Las comunidades celebraban según sus propias tradiciones. Roma estableció un modelo litúrgico mucho después. Este hallazgo, al provenir de una zona bizantina, nos muestra una expresión de fe que no dependía directamente del Papa, sino que se enraizaba en la tradición local.”
El profesor subraya que el cristianismo de esos siglos fue una religión profundamente comunitaria, marcada por la necesidad de reunirse para compartir la fe y el pan. La Eucaristía, incluso en sus formas más primitivas, ya expresaba la comunión entre los creyentes y la presencia viva de Cristo en medio de ellos.
Los arqueólogos destacan que la conservación de los panes —carbonizados pero intactos— permite estudiar la textura, composición y simbología de las hostias antiguas. Estos elementos podrían ofrecer pistas sobre cómo los cristianos comprendían el misterio del Cuerpo de Cristo en sus orígenes.
Una mirada al pasado que ilumina la fe del presente
Las excavaciones, dirigidas por el Museo de Karaman y el Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía, continúan su curso con la esperanza de descubrir nuevos restos que permitan contextualizar este hallazgo excepcional.
Para la comunidad cristiana, este descubrimiento es mucho más que una curiosidad arqueológica. Representa una conexión viva con los primeros creyentes, aquellos que, en medio de persecuciones, pobreza o distancia, mantuvieron la fe en el Pan de Vida.
“Estos panes no son solo objetos antiguos —subraya Collamati—. Son testigos silenciosos de una fe que se hacía visible, tangible, y que alimentaba a las comunidades que creían en un Cristo presente en lo cotidiano.”
En la espiritualidad cristiana, el pan es símbolo de vida, sacrificio y comunión. Encontrar uno marcado con la imagen de Cristo y una oración de gratitud es descubrir un fragmento del alma creyente del siglo VII.
Así, desde las ruinas de Irenópolis —la Ciudad de la Paz—, este hallazgo invita a contemplar cómo la fe del pasado sigue hablando al presente, recordando que el mismo Cristo que se reveló en los primeros siglos continúa siendo hoy el Pan vivo bajado del cielo.
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