“Dios salvó nuestro matrimonio”: la historia de Carmen y Carlos, un amor rescatado por la gracia de San Juan Pablo II
23 de octubre de 2025
Carmen García y Carlos Mejía, un matrimonio español marcado por heridas, pérdidas y reconciliación, han encontrado en la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II el camino hacia la sanación y la unidad. En vísperas de la memoria litúrgica del Papa polaco, celebrada cada 22 de octubre, su testimonio se alza como un canto de esperanza para los matrimonios que atraviesan la prueba. Lo que parecía perdido se transformó en una historia de amor redimido por la fe, la oración y el descubrimiento del verdadero sentido del matrimonio cristiano.
"“Los planes de Dios siempre son mejores que los nuestros. Él se adelanta a todo y escribe derecho incluso sobre nuestras líneas torcidas”, afirman."
De la oscuridad al reencuentro: un amor probado y purificado
La historia de Carmen y Carlos comenzó como tantas otras: una mirada en la universidad, un noviazgo marcado por la pasión y una boda que llegó sin plena conciencia de lo que significaba entregarse “para siempre”. Con el tiempo, las heridas personales, las expectativas frustradas y las presiones del mundo moderno se impusieron sobre su relación.
“Durante años —reconocen—, las pasiones gobernaban nuestras decisiones. Vivíamos según lo que el mundo nos decía: que el amor era emoción, deseo o bienestar. Pero no sabíamos amar como Dios quería que nos amáramos.”
Su matrimonio fue poniéndose a prueba en distintos frentes. Primero llegaron las dificultades económicas, luego las personales. Carlos se hundió en la tristeza, convencido de haber fallado como padre y esposo. Carmen, que también arrastraba heridas del pasado, se sentía sola, demandante y cansada. “Yo pensaba que él estaba para hacerme feliz —recuerda—. No entendía que el amor verdadero no exige, sino que se entrega.”
En medio de la crisis, Dios comenzó a escribir una nueva historia. Carmen, impulsada por una amiga, asistió a un retiro de Emaús, donde experimentó un profundo encuentro con Cristo: “Sentí que el Señor me abrazaba y sanaba mis heridas más antiguas. Fue el comienzo de mi conversión.” Poco después, Carlos vivió su propio encuentro con Dios: una noche, abrumado por los problemas y tras recibir una amenaza laboral, entró en una capilla y rezó por primera vez en años. “Le dije a Dios: si realmente existes, dime qué tengo que hacer.”
Ese grito interior fue escuchado. Días después, participó en su propio retiro de Emaús. “Allí sentí que Jesús me abrazaba como lo hacía Carmen. Fue el comienzo de mi resurrección.”
El descubrimiento del amor según el plan de Dios
Aunque su fe comenzó a renacer, ambos percibían que aún faltaba algo para reconstruir su matrimonio sobre bases sólidas. En 2019, asistieron a un retiro de Proyecto Amor Conyugal (PAC), basado en las catequesis de la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II. Aquellos dos días, dicen, transformaron su vida.
“Comprendimos que el matrimonio no se sostiene con nuestras fuerzas, sino con la gracia de Dios. Durante años remamos en direcciones opuestas, agotándonos en reproches y juicios. Pero ese fin de semana entendimos que Dios nos había pensado el uno para el otro desde la eternidad”, explica Carmen.
Las enseñanzas de San Juan Pablo II les revelaron que el amor conyugal es imagen viva del amor de Cristo por su Iglesia, y que cada dificultad puede ser una oportunidad para amar más profundamente. “Aprendimos a mirarnos con los ojos de Dios, no con los del mundo. A reconocer en el otro un don, no un obstáculo”, añade ella.
Para Carlos, la gran revelación fue descubrir que “amar no es sentir, sino elegir. Aprendí a amar a Carmen cuando menos lo merecía, porque era cuando más me necesitaba”.
Desde entonces, su matrimonio se ha convertido en un testimonio vivo de restauración. “La Teología del Cuerpo nos enseñó que el cuerpo habla el lenguaje del amor de Dios, y que el matrimonio es una vocación para santificarse juntos”, aseguran.
Una misión: sanar, servir y acompañar a otros matrimonios
Carmen y Carlos son hoy padres de cinco hijos “en la tierra y un angelito en el cielo”. Participan activamente en Proyecto Amor Conyugal, acompañando a otros matrimonios en procesos de sanación y fe. “Nos sentimos llamados a ser instrumentos. Dios nos unió para ayudarnos a alcanzar el cielo, y queremos ayudar a otros a descubrir esa misma verdad”, comparten con alegría.
Insisten en la importancia de la oración conyugal, a la que consideran la forma más profunda de intimidad. “Cuando oramos juntos, la luz que Dios da a uno ilumina también al otro. Es el lugar donde realmente nos hacemos una sola carne”, explica Carmen.
A quienes atraviesan una crisis, les animan a no rendirse: “Amar no es un sentimiento pasajero, es una decisión diaria. Cuando no sepas cómo amar, pregúntate qué harían Jesús y María en tu lugar.”
Saben que las dificultades no desaparecen. “El matrimonio siempre tiene cruces, pero ahora las abrazamos con esperanza. Cuando acoges la cruz por Cristo, aprendes a ver el pecado del otro con misericordia, no con juicio. Y entiendes que tu misión es llevarlo al cielo”, dicen.
“Nuestra vida fue rescatada y resucitada por Dios —concluye Carlos—. Hoy puedo decir que Él sana, que libera y que verdaderamente salva. Lo que el mundo nos enseñó sobre el amor se derrumbó, y en su lugar, descubrimos el amor eterno que viene de Dios.”
San Juan Pablo II y la batalla por la familia
En el corazón de este testimonio resuena el legado de San Juan Pablo II, a quien ambos consideran un instrumento providencial para su restauración. “Cuando la Virgen de Fátima reveló que la batalla final entre Cristo y Satanás sería sobre el matrimonio y la familia, el Señor ya había preparado el modo de vencerla: a través de San Juan Pablo II y su Teología del Cuerpo”, afirma el matrimonio.
El santo polaco dedicó 129 catequesis a explicar el sentido profundo del amor humano, del cuerpo y del matrimonio como vocación divina. Su mensaje —dicen— “sigue siendo un regalo para este tiempo herido por el egoísmo y la confusión afectiva”.
Hoy, Carmen y Carlos viven su vocación como una misión de esperanza. Saben que no son perfectos, pero confían en la gracia de Dios que renueva cada día su alianza. “Nuestro matrimonio —dice Carmen— es la prueba viva de que, cuando Dios ocupa el centro, todo se transforma.”
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