El Papa León XIV Lanza un audaz llamamiento: «Para anunciar el Evangelio, hay que hablar el idioma del siglo XXI»
02 de octubre de 2025
En un discurso de profundo calado espiritual y pastoral, el Santo Padre León XIV ha dirigido una exhortación vibrante a todos aquellos que tienen la misión de comunicar la fe en el complejo panorama contemporáneo. Ante los responsables de editoriales, medios digitales, radios y proyectos de animación bíblica, el Pontífice ha trazado una hoja de ruta clara y exigente para que la Buena Nueva no solo resuene, sino que sea verdaderamente comprendida y acogida por los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
«No podemos ser verdaderos heraldos de la Buena Nueva si nuestra mirada no está anclada firmemente en el Cielo y nuestros pies no caminan con compasión sobre la tierra que pisan nuestros hermanos»
Lejos de proponer fórmulas mágicas, el Papa ha invitado a una profunda renovación interior y a una valiente inmersión en la realidad, advirtiendo contra los peligros de la parálisis y la autosuficiencia en la labor evangelizadora.
El mensaje del Papa se erige como un faro en medio de las tempestades culturales actuales, un llamado a no desfallecer y a redescubrir la esencia misma del apostolado: ser puentes entre Dios y la humanidad. Para ello, ha propuesto un itinerario basado en dos actitudes fundamentales que deben guiar cada proyecto y cada iniciativa: una mirada constantemente elevada hacia el Cielo y, simultáneamente, una inmersión sin miedo en el corazón de la historia y de las personas. Se trata, en definitiva, de un equilibrio dinámico entre la acción del Espíritu Santo y la escucha atenta del latido del mundo.
Mirar al Cielo para no Perder el Norte
El primer pilar que el Papa León XIV ha señalado como indispensable es la primacía de la vida espiritual. Con palabras firmes, previno sobre la sutil tentación de la «autosuficiencia», un mal que puede aquejar incluso a los apóstoles más entregados. Insistió en que el activismo, por muy bienintencionado que sea, se vuelve estéril si no brota de una relación íntima y constante con Dios. «El compromiso personal, los carismas que ponemos en circulación, el celo del apostolado y los instrumentos que utilizamos», advirtió el Pontífice, «nunca deben hacernos caer en la ilusión y la presunción de la autosuficiencia». Es un recordatorio de que la eficacia de la evangelización no se mide en términos de productividad empresarial, sino en la docilidad al Espíritu Santo. Sin esta mirada hacia lo alto, las mejores estrategias de comunicación se convierten en mero marketing y el anuncio del Evangelio pierde su alma, transformándose en un discurso vacío. La verdadera fuerza del comunicador católico, subrayó, no reside en su talento o en sus recursos, sino en su capacidad de ser un instrumento humilde en manos de Dios.
Sumergirse en el Corazón del Mundo: Escuchar para Evangelizar
La segunda actitud, inseparable de la primera, es la de encarnarse en la realidad. El Papa invitó a los presentes a abandonar cualquier tentación de aislamiento o de refugio en un pasado idealizado. «Se trata de habitar la cultura actual y encarnaros en la vida real de las personas que encontráis», aseveró con vehemencia. Esta inmersión implica una escucha profunda y empática de las alegrías, las angustias, las preguntas y las esperanzas de la humanidad de hoy. No se puede anunciar a un Dios que se hizo carne desde la distancia de una oficina o un estudio de grabación. Es necesario, según el Pontífice, «ensuciarse las manos» con la realidad, comprender los nuevos lenguajes, los códigos culturales y las narrativas que moldean el pensamiento contemporáneo para poder sembrar en ellos la semilla del Evangelio. Este servicio, que abarca desde la producción editorial hasta el universo digital, es «muy valioso», reconoció el Papa, precisamente porque se sitúa en la vanguardia del diálogo entre la fe y la cultura.
Entre la Tradición y la Audacia: Discernimiento ante el «Invierno Eclesial»
Consciente de las dificultades reales que enfrenta esta misión —la escasez de vocaciones y recursos, la necesidad de una formación de alta calidad y el peso del día a día—, el Santo Padre no ofreció consuelos fáciles, sino un llamado a la valentía y al discernimiento. «¡Pero no nos desanimemos!», exclamó, invitando a una reflexión profunda sobre «cómo mantener vivo el carisma, aunque ello requiera decisiones valientes y exigentes». Este discernimiento debe ser equilibrado, sabiendo unir la riqueza de la historia y la tradición con los dones y recursos del presente. Citando a su predecesor, el Papa Francisco, animó a no tener miedo ante el «invierno cultural y eclesial que estamos atravesando». En lugar de lamentarse, instó a «arriesgarse y continuar el camino con una mirada contemplativa y llena de empatía». Finalmente, hizo un llamado crucial a la coherencia, velando para que no exista una fractura «entre lo que predicamos y nuestra vida cotidiana», pues la credibilidad del mensajero es la primera carta de presentación del Mensaje.
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