El resurgir de una herida antigua: la cristianofobia vuelve al debate público
Europa, cuna de la civilización cristiana, vuelve a enfrentarse a una sombra que creía superada: la cristianofobia. El término, que en otras épocas evocaba persecuciones abiertas, se ha reavivado en los últimos años a raíz de un alarmante incremento de ataques a templos, símbolos y creyentes.
En Francia, Alemania, España y otros países europeos, los informes documentan miles de incidentes
cada año: iglesias profanadas, cruces arrancadas, imágenes vandalizadas, cementerios cristianos destruidos y fieles agredidos por portar signos religiosos.
El fenómeno no solo ha encendido las alarmas de la Iglesia, sino también de organismos internacionales. En 2023, la Comisión Europea
reconoció oficialmente más de 2.400 actos de violencia o discriminación anticristiana
en el continente. En Francia —el país más afectado— se registraron cerca de 1.000 incidentes, muchos de ellos dirigidos contra parroquias rurales o pequeñas comunidades.
Las cifras provienen del Observatorio de la Intolerancia y la Discriminación contra los Cristianos en Europa, que detalla que un 62% de los casos corresponde a profanaciones de lugares sagrados, un 10% a incendios provocados y un 7% a agresiones físicas directas.
Pero detrás de los números se ocultan rostros, historias y una sensación creciente de vulnerabilidad. En París, más de un millar de personas se reunieron recientemente en la Place de la Nation
para alzar la voz contra esta ola de odio. La manifestación fue convocada tras el asesinato de Ashur Sarnya, un refugiado cristiano iraquí cuya muerte conmocionó a Francia y reabrió el debate sobre la libertad religiosa.
Durante la marcha, los participantes —católicos, ortodoxos y protestantes— caminaron juntos portando cruces y banderas de países donde el cristianismo sufre persecución. Fue un gesto de unidad en medio de la adversidad, una imagen que recordó a muchos las palabras del Evangelio: “Seréis perseguidos por mi nombre, pero el que persevere hasta el fin se salvará.”
Ataques a la fe, pero también semillas de esperanza
Aunque la palabra cristianofobia pesa con fuerza, su aparición en el discurso público también está despertando una reacción inesperada: un redescubrimiento de la fe, especialmente entre los jóvenes.
En un contexto cultural que durante décadas pareció avanzar hacia la secularización absoluta, la Iglesia europea experimenta un renacer espiritual. En Francia, país símbolo del laicismo moderno, el número de bautismos de adultos
ha alcanzado cifras históricas. Solo en la Pascua de 2025, 10.384 personas recibieron el sacramento, y más de 7.400 adolescentes fueron confirmados.
Lo más sorprendente, según los datos oficiales de la Conferencia Episcopal Francesa, es que el 42% de los nuevos bautizados
tienen entre 18 y 25 años. Jóvenes que, en muchos casos, proceden de familias alejadas de la práctica religiosa o de contextos no creyentes.
“Estos ataques, aunque dolorosos, están siendo ocasión de conversión. Cuando la fe es ridiculizada, muchos comienzan a preguntarse qué verdad puede ser tan poderosa como para incomodar al mundo”, señaló un sacerdote parisino durante la marcha.
Este fenómeno no es exclusivo de Francia. En Alemania, varias diócesis informan de un incremento en el número de vocaciones religiosas y de jóvenes interesados en los movimientos de nueva evangelización. En Italia, las peregrinaciones a Asís, a los santuarios marianos y a lugares emblemáticos del cristianismo están recuperando cifras similares a las de antes de la pandemia.
La paradoja es evidente: mientras la cristianofobia intenta borrar los signos del Evangelio, la sed espiritual crece en los corazones. Como escribió Tertuliano hace siglos, “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Hoy, esa semilla vuelve a germinar en el suelo europeo.
Una llamada a la unidad y a la valentía del testimonio
El Papa León XIV, en su reciente mensaje con motivo del Jubileo de la Esperanza 2025, advirtió sobre “la tentación de esconder la fe por miedo a la burla o al rechazo”. Frente a esa tentación, el Pontífice invitó a los fieles a vivir la esperanza como un acto de valentía evangélica:
“No tengamos miedo de mostrarnos creyentes. La fe no se impone, pero tampoco se esconde. Europa necesita testigos, no discursos.”
Diversos movimientos eclesiales han recogido ese llamado, impulsando iniciativas públicas de oración, adoración y evangelización en las calles. En ciudades como Madrid, Lyon, Roma o Viena, los fieles organizan vigilias y procesiones en reparación por los ataques sufridos, pero también como signo de perdón y reconciliación.
“Responder con odio sería perder la batalla. Los cristianos somos llamados a responder con amor, con oración y con alegría. Eso es lo que desconcierta al mundo”, afirma un joven de la comunidad Chemin Neuf, presente en la manifestación de París.
La renovación espiritual
que muchos observan no surge del confort, sino de la prueba. En la medida en que el cristianismo es marginado, más creyentes redescubren la belleza de la fe vivida con radicalidad y coherencia.
La fe que resiste y florece
A lo largo de la historia, Europa ha conocido persecuciones más feroces y regímenes más hostiles. Sin embargo, el cristianismo no solo ha sobrevivido, sino que ha modelado su identidad cultural y moral. Hoy, ante nuevos desafíos —ideológicos, mediáticos y sociales—, el testimonio de los cristianos vuelve a ser semilla de esperanza.
Como enseñaba San Francisco de Asís, el santo que transformó su tiempo con la sencillez del Evangelio, el camino de la renovación pasa por volver al amor primero, al Cristo pobre y crucificado. En su espíritu, muchos jóvenes europeos están redescubriendo la fe como respuesta al vacío del relativismo.
“Cuando intentan apagar la luz del Evangelio, el fuego del Espíritu se aviva con más fuerza”, escribió recientemente el cardenal Robert Sarah.
Así, en medio de iglesias vandalizadas y cruces derribadas, Europa parece estar siendo testigo de un misterio que se repite a lo largo de los siglos: la persecución no destruye la fe, la purifica y la renueva.