El Papa León XIV llama a romper el “estigma de la discriminación” y anuncia una nueva era misionera en la Iglesia
06 de octubre de 2025
Durante la Misa del Jubileo del mundo misionero y de los migrantes, el Santo Padre apeló a la conciencia cristiana universal, recordando que la fe no se impone por el poder, sino que se encarna en la acogida, la compasión y la fraternidad.
“Esas barcas que esperan avistar un puerto seguro no deben encontrar la frialdad de la indiferencia ni el estigma de la discriminación”, proclamó el Papa León XIV ante miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. Con esta frase, el Pontífice sintetizó el corazón de su mensaje: un llamado urgente a mirar a los migrantes y refugiados con ojos de humanidad y a renovar la vocación misionera de la Iglesia en un mundo marcado por la división y el miedo.
«El amor de Dios no conoce pasaportes ni nacionalidades. Allí donde alguien sufre y espera, allí debe llegar la ternura de Cristo.»
El drama de los migrantes: heridas que interpelan al Evangelio
La homilía del Santo Padre, pronunciada en el marco del Jubileo del mundo misionero y el Jubileo de los migrantes —celebrados los días 4 y 5 de octubre—, tuvo un tono profundamente pastoral y profético. En ella, León XIV describió con voz conmovida “el drama de los hermanos que huyen de la violencia, cargando en su piel las huellas de la discriminación, la soledad y el miedo”.
El Papa evocó las imágenes de tantas personas que cruzan mares y desiertos buscando un futuro más humano, y pidió a los católicos “no responder con indiferencia ni con prejuicios”. Su mirada se dirigió especialmente a quienes viven en las periferias del mundo, donde “el sufrimiento y la injusticia claman al cielo”.
“Cada rostro migrante —recordó— es un icono del Cristo herido que llama a nuestra puerta”. Y añadió con fuerza: “No podemos refugiarnos en el individualismo ni mirar hacia otro lado. La fe se mide por nuestra capacidad de abrir los brazos al que llega desde lejos y hacerlo hermano”.
Una Iglesia que acompaña, no que domina
En su reflexión, el Papa León XIV insistió en que la misión de la Iglesia no se construye sobre estructuras de poder, sino sobre el testimonio humilde del amor. “El centro de la misión no consiste en administrar un poder sobre los demás, sino en comunicar la alegría de quien ha sido amado cuando no lo merecía”, afirmó, evocando las palabras de Jesús en el Evangelio.
El Pontífice subrayó que la vocación misionera no se limita a “partir hacia tierras lejanas”, sino que se manifiesta hoy en el compromiso de permanecer cerca de quienes sufren, acogiendo la diversidad y sanando las heridas del alma con gestos concretos. “La salvación no se impone con fuerza, sino que germina silenciosamente —explicó—, como la semilla del Reino que crece en la tierra del servicio y de la compasión”.
En esta línea, pidió a las comunidades católicas superar la tentación de la autosuficiencia, ese peligro “que cierra el corazón al soplo del Espíritu Santo” y que puede convertir la misión en un ejercicio vacío de eficacia humana. “La fe auténtica transforma la vida hasta hacerla instrumento de salvación”, afirmó con énfasis, al tiempo que recordó que “el Espíritu de Cristo sigue obrando en los gestos sencillos de quienes consuelan, acogen y sirven sin buscar recompensa”.
Una nueva primavera misionera para la Iglesia
Hacia el final de la celebración, el Papa anunció lo que definió como una “nueva época misionera” para la Iglesia. Ya no se trata, dijo, de partir hacia lo desconocido, sino de “permanecer y anunciar a Cristo a través de la acogida, la solidaridad y la ternura”.
“Durante siglos —explicó— la misión fue entendida como un ir hacia tierras lejanas. Hoy, sin embargo, las fronteras de la misión se han desplazado: son la pobreza, la exclusión y la desesperanza las que vienen hacia nosotros.”
El Santo Padre subrayó dos ejes que deben marcar este nuevo impulso evangelizador: la cooperación misionera
y la vocación misionera. La primera, dijo, implica un cristianismo más abierto, capaz de aprender de las comunidades del Sur global y enriquecerse con su vitalidad. La segunda, un redescubrimiento de la llamada a servir, especialmente entre los jóvenes, “que deben ver en la entrega misionera una aventura de fe y esperanza”.
León XIV recordó también el papel de los misioneros que, con “sagrado respeto”, se insertan en las culturas que encuentran, reconociendo lo bueno y noble que hay en ellas. “No se trata de imponer, sino de acompañar y purificar con el amor del Evangelio”, señaló.
El Papa concluyó con una visión luminosa de la Iglesia que sueña: una comunidad sin fronteras, donde el misionero y el migrante se reconozcan mutuamente como peregrinos del mismo Dios, caminando hacia una tierra de paz.
En la Plaza de San Pedro, miles de fieles respondieron al mensaje con aplausos y lágrimas. Había misioneros laicos y religiosos de más de cien países, comunidades migrantes de todos los continentes y jóvenes que levantaban pancartas con un mismo lema: “La fe no tiene fronteras”.
Y fue allí donde resonó, una vez más, la voz pausada pero firme del Papa León XIV, que sintetizó toda su enseñanza en una frase que quedó grabada en el corazón de los presentes:
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