El Vaticano abraza la era digital: inteligencia artificial y robótica al servicio de la fe y del conocimiento

09 de octubre de 2025
Era digital

Desde los copistas medievales que preservaban a mano los textos sagrados hasta los robots que hojean manuscritos con precisión milimétrica, la Iglesia Católica continúa su silenciosa misión de custodiar la sabiduría del mundo. La Biblioteca Vaticana y otras instituciones católicas en Roma están protagonizando una auténtica revolución cultural y tecnológica, utilizando inteligencia artificial y robótica para digitalizar millones de documentos, libros y manuscritos únicos en el planeta.

«“La misión no ha cambiado: conservar para compartir. La tecnología solo nos ofrece un nuevo camino para cumplir ese mandato”, afirmó Timothy Janz, scriptor de la Biblioteca Vaticana.»

De los monjes copistas a los algoritmos: la herencia que no se detiene

Mucho antes de la llegada de los ordenadores y las nubes digitales, los monjes medievales fueron los guardianes del conocimiento. En los silenciosos scriptoriums de los monasterios, copiaban a mano los textos de la antigüedad, preservando la herencia grecolatina y cristiana que habría podido desaparecer en la oscuridad del tiempo. Hoy, más de mil años después, esa misma tarea de custodia se reinterpreta con nuevos medios: escáneres robóticos, servidores digitales y sistemas de inteligencia artificial.

La Biblioteca Apostólica Vaticana, fundada formalmente en el siglo XV bajo el pontificado de Nicolás V, alberga una de las colecciones más vastas y valiosas del mundo: 80.000 manuscritos, 2 millones de libros, 100.000 documentos de archivo, además de medallas, monedas y mapas que narran la historia del pensamiento humano.

Timothy Janz, ex viceprefecto de la Biblioteca y actual experto en textos griegos, lo resume así:

“La gente imagina la Biblioteca Vaticana como un lugar antiguo y polvoriento, pero en realidad siempre ha estado a la vanguardia. Desde sus orígenes, fue concebida como un centro de acceso público, un faro del conocimiento.”

Esa intuición de Nicolás V, quien en 1451 expresó su deseo de una biblioteca “para la conveniencia común de los estudiosos”, se materializa hoy en un gigantesco proyecto digital: la conversión completa de sus fondos manuscritos en archivos digitales accesibles en línea.

Digitalizar para conservar: cuando el espíritu se une a la ciencia

El proceso de digitalización del Vaticano comenzó oficialmente en 2012 y, hasta ahora, más de 30.000 manuscritos han sido digitalizados. Entre ellos figuran auténticos tesoros de la cristiandad: el Códice Vaticano (siglo IV), uno de los manuscritos más antiguos de la Biblia en griego, y el Papiro de Hanna, del siglo III, ambos ahora disponibles para investigadores y fieles en todo el mundo.

Cada documento pasa antes por el taller de conservación, donde restauradores especializados examinan el estado de las páginas y garantizan que los frágiles pergaminos soporten el proceso de escaneo. “No solo preservamos las palabras, sino la materia misma que las contiene”, explica Janz. “Cada manuscrito es revisado antes y después del escaneo para asegurar su integridad. A veces descubrimos deterioros invisibles que requieren intervención inmediata.”

La digitalización no solo preserva el contenido ante el paso del tiempo, sino que democratiza el acceso. Por primera vez, académicos de África, Asia o América Latina pueden estudiar manuscritos vaticanos sin cruzar océanos ni enfrentar costosos viajes.

Sin embargo, el Vaticano avanza con cautela. Si bien reconoce el valor de la inteligencia artificial, mantiene un enfoque equilibrado:

“Una IA puede alcanzar el 99,9 % de precisión en una transcripción, pero en el estudio de manuscritos ese 0,1 % puede cambiar una interpretación teológica. La precisión total aún requiere ojos humanos”, señala Janz.

Robots y algoritmos que evangelizan el conocimiento

Mientras la Biblioteca Vaticana refuerza su compromiso con la digitalización tradicional, otras instituciones católicas en Roma ya exploran los límites de la tecnología avanzada. En el Centro de Digitalización de Alejandría, un escáner robótico pasa las páginas de libros centenarios a una velocidad de 2.500 páginas por hora. En cuestión de minutos, obras que antes eran inaccesibles pueden ser consultadas en cualquier idioma gracias a sistemas de traducción automática basados en IA.

La iniciativa está liderada por Matthew Sanders, director ejecutivo de Longbeard, una empresa tecnológica católica dedicada a aplicar inteligencia artificial al patrimonio religioso. Su trabajo ha permitido que bibliotecas enteras —como la del Pontificio Instituto Oriental, con más de 200.000 volúmenes— sean accesibles digitalmente a investigadores de Oriente Medio, África o la India.

El proyecto no se limita a copiar y almacenar. Los algoritmos desarrollados por Longbeard, como Magisterium AI y el próximo modelo lingüístico Ephrem, permiten buscar conceptos teológicos, comparar textos de distintas épocas o detectar patrones doctrinales. “Si un investigador pregunta: muéstrame todos los manuscritos del siglo XV que traten sobre el comercio con el Imperio Otomano, la IA puede ofrecer resultados en segundos”, explicó Sanders.

Otra de sus herramientas, Vulgate AI, traduce automáticamente documentos eclesiásticos del latín a idiomas modernos. “Descubrí un documento papal sobre Santo Tomás Moro que nadie había traducido. Lo pasé por la Vulgata y en una hora estaba leyéndolo en inglés”, contó Sanders.

“La inteligencia artificial no sustituye al teólogo, lo libera. Permite dedicar el tiempo no a buscar, sino a comprender.”

La nueva misión: custodiar la memoria de la Iglesia universal

La cooperación entre la Santa Sede, universidades pontificias y empresas católicas tecnológicas marca un hito en la historia cultural de la Iglesia. En una época en que la información digital es efímera, la Santa Sede asume el reto de garantizar la preservación perpetua de su patrimonio intelectual y espiritual.

Para la Biblioteca Vaticana, la meta es construir “una verdadera biblioteca digital, viva, accesible y útil”, donde los manuscritos puedan ser estudiados, comparados y comprendidos en su contexto histórico y teológico.

Otros proyectos en desarrollo incluyen el uso de aprendizaje automático para transcribir escritura griega medieval y la creación de un catálogo visual de ilustraciones de manuscritos, que permitirá a los usuarios buscar imágenes por tema —por ejemplo, “La Anunciación” o “San Agustín escribiendo”— con solo un clic.

El desafío, sin embargo, no es únicamente técnico. Para los responsables de estas iniciativas, se trata de una cuestión espiritual y civilizatoria. “La fe y la razón son inseparables”, recuerda Janz. “Digitalizar los manuscritos no es solo un avance científico; es un acto de caridad intelectual hacia las generaciones futuras.”

En el Aula Sixtina de la Biblioteca Vaticana, los frescos que representan a Moisés recibiendo la Ley o a los apóstoles escribiendo los Evangelios parecen cobrar nueva vida. Hoy, el Vaticano continúa esa cadena de transmisión, pero con nuevas herramientas.

Como expresó Sanders:

“Si queremos progresar como civilización, debemos aprender de quienes nos precedieron. La tecnología es solo un puente para que su sabiduría siga iluminando el presente.”

La fe en diálogo con la ciencia: un futuro que mira al pasado

En un tiempo de inteligencia artificial generativa, el Vaticano ofrece una lección distinta: la tecnología puede servir al bien común cuando se pone al servicio del conocimiento, la verdad y la belleza. No se trata de reemplazar el alma humana, sino de amplificar su capacidad de custodiar la memoria y el saber.

Así como los monjes medievales copiaron palabra por palabra la sabiduría del pasado, los escáneres y los algoritmos de hoy reproducen esas páginas con la misma intención: conservar para evangelizar.

“Digitalizar no es solo escanear; es evangelizar la cultura, llevando la memoria de la Iglesia hasta los confines del mundo.”

Y tal vez, dentro de algunos siglos, cuando nuevas generaciones contemplen estos archivos digitales, reconocerán en ellos la misma vocación que animó a los antiguos copistas: la certeza de que cada palabra que guarda la verdad merece ser preservada para siempre.


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