León XIV reivindica el canto litúrgico como “camino de santidad” y pide a los coros una fe profunda que ilumine a toda la Iglesia
25 de noviembre del 2025
Miles de voces resonaron en la Plaza de San Pedro en el Jubileo de Coros y Corales celebrado este domingo, pero ninguna fue tan escuchada como la del Papa León XIV. Desde el altar instalado frente a la Basílica Vaticana, el Pontífice ofreció una reflexión extensa y cargada de matices sobre la identidad espiritual del canto litúrgico, insistiendo en que su valor no se reduce a lo estético o musical, sino que constituye un verdadero servicio eclesial. En una jornada marcada por la alegría, el color y la devoción, León XIV recordó a los coristas que su misión requiere mucho más que técnica o afinación: exige un corazón profundamente unido a Dios y un compromiso constante con la oración.
“El canto litúrgico solo es auténtico cuando nace de un alma que reza y conduce a todos a la oración”.
“No caigan en el exhibicionismo”: una llamada a la humildad y al servicio
Durante la celebración eucarística, el Papa reconoció el enorme valor del canto en la vida de la Iglesia, al que definió como un “instrumento muy valioso” para expresar la gracia de la liturgia. Sin embargo, advirtió a los coros sobre un riesgo recurrente: la tentación del protagonismo. Recordó la enseñanza del Concilio Vaticano II, que vincula la música sacra con la participación plena y activa del pueblo de Dios, y señaló que un coro no puede convertirse en un espectáculo que silencie a la asamblea.
“Que la vida espiritual esté a la altura del servicio que realizan”, exhortó con firmeza, indicando que el canto litúrgico debe reflejar la belleza interior del alma. León XIV invitó a los grupos corales a estudiar cuidadosamente el Magisterio para que sus voces se conviertan cada vez más en un “prodigio de armonía y belleza”, pero una belleza que no se encierra en sí misma, sino que se abre al misterio litúrgico.
De igual forma, insistió en que el canto es oración, y que quien canta debe hacerlo desde la humildad, la obediencia y la comunión. “Si ustedes rezan cantando, ayudan a todos a rezar”, dijo el Pontífice, recordando que el coro no sustituye a la asamblea, sino que la acompaña, la sostiene y la eleva.
El coro como ‘pequeña familia’: unidad, diversidad y camino compartido
Uno de los momentos más emotivos de la jornada llegó cuando León XIV describió la identidad comunitaria de los coros, invitándolos a verse a sí mismos como una “pequeña familia”. Una familia formada por personas diferentes, unidas por el amor a la música sacra y por el servicio que ofrecen a la comunidad cristiana. Pero el Papa recordó que esta familia no debe nunca desconectarse de la gran familia eclesial: “No están por delante; forman parte de ella”, subrayó.
El Santo Padre ofreció incluso una imagen pastoral y profundamente humana del coro como un grupo que camina unido. Comparó la vida coral con una peregrinación en la que los miembros avanzan tomados de la mano, animándose mutuamente en las dificultades, sosteniéndose en las pruebas y compartiendo la alegría de cantar la alabanza de Dios.
Esta dimensión espiritual del canto, explicó, no se limita al momento litúrgico. Es una disposición del alma, una forma de vivir el Evangelio en comunidad. El canto, añadió, permite hacer más llevadero el camino de la vida, ofreciendo “alivio y consuelo” incluso cuando surgen tribulaciones.
Para el Papa, esta visión del coro como espacio de comunión es un símbolo luminoso de la Iglesia entera: diversidad de voces que, sin perder su propia identidad, se armonizan para formar una sola alabanza.
El canto como expresión total del ser humano y vínculo con el misterio de Dios
En uno de los pasajes doctrinalmente más ricos de su homilía, León XIV afirmó que el canto sagrado es una expresión “natural y completa del ser humano”. En él se unen la mente, los afectos, el cuerpo y el alma para comunicar las realidades más grandes de la vida. Citó a san Agustín —“cantar es propio de quien ama”— para subrayar que quien canta a Dios no solo ejecuta una melodía, sino que testimonia amor, dirige su corazón hacia Aquel a quien canta y ofrece un acto de alabanza que participa del dinamismo de la gracia.
La liturgia del domingo, recordó el Papa, invitaba a los cristianos a caminar al encuentro del Señor con alegría. A partir del salmo responsorial (“Vayamos con alegría al encuentro del Señor”, Sal 122), explicó que el reinado de Cristo —Rey del Universo— no se impone con la fuerza, sino con la humildad de la cruz. Y es desde esa humildad desde donde el canto litúrgico adquiere su sentido más pleno: acompañar a la comunidad hacia Jesús, el rey manso y cercano.
León XIV insistió en que el canto puede elevar, consolar, sanar y unir. En un mundo fatigado por la violencia, la dispersión y el desencanto, el canto litúrgico —cuando nace de la fe— es una luz que permite recuperar el sentido espiritual de la existencia y abrir el alma a la presencia de Dios.
Santa Cecilia, protectora de los coros y testimonio de un canto que nace del amor
Al concluir la celebración, el Pontífice encomendó a todos los presentes a la protección de Santa Cecilia, patrona de la música sacra, cuyo testimonio —recordó— constituye el “canto de amor más hermoso”, porque ofreció su vida a Cristo hasta el martirio.
Con esta referencia final, León XIV invitó a los coristas a mirar a la santa no como un simple símbolo, sino como un modelo espiritual: una mujer que hizo de su canto una entrega total y de su vida una melodía de fidelidad al Evangelio.
En San Pedro, bajo un cielo claro de otoño, su mensaje resonó como una consigna para toda la Iglesia: que la música litúrgica sea siempre verdadera oración, verdadero servicio y verdadera comunión.
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