Monseñor Luis Argüello llama a encender el “fuego vocacional”: diez claves para reavivar la misión de la Iglesia en España
08 de octubre de 2025
Durante el Encuentro Nacional de Delegados de Pastoral Vocacional, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello, presentó un decálogo para afrontar la “urgencia vocacional y misionera” que atraviesa la Iglesia en España. Su propuesta, profundamente pastoral y profética, invita a redescubrir la llamada de Dios en un contexto cultural que ha olvidado el sentido trascendente de la vida.
“La vocación no es un añadido a lo que somos: es lo que somos. La vida misma es una llamada a entregarse”, subrayó el arzobispo de Valladolid.
«La Iglesia misionera es una Iglesia vocacional. Estamos llamados a transmitir el fuego vocacional, a avivar la llama del Espíritu en cada corazón.»
Una llamada a reencontrar el sentido de la vida como don y misión
En un tiempo marcado por el individualismo, el secularismo y la falta de referentes espirituales, el arzobispo Luis Argüello ha querido ofrecer una brújula pastoral. Desde Valladolid, su voz ha resonado en toda España con un mensaje de fondo: la crisis vocacional no es solo un problema de seminarios vacíos, sino una crisis de sentido que atraviesa la cultura contemporánea.
“El verdadero drama —afirmó— no es la escasez de sacerdotes o religiosos, sino la falta de vidas entendidas y vividas como vocación”. Con estas palabras, el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) puso el acento en un cambio profundo de paradigma: redescubrir la vocación como eje de toda existencia humana.
Citando al Papa Francisco y su exhortación Evangelii Gaudium, recordó que “vocación y misión están unidas por un nexo profundo”, pues ambas se alimentan del amor de Dios que llama y envía. No se trata solo de optar por un camino concreto —matrimonio, sacerdocio o vida consagrada—, sino de asumir la vida como una llamada a amar, servir y dar fruto en medio del mundo.
“La misión no es otra cosa que inundar el mundo de fe, amor y esperanza”, resumió Argüello, invitando a los presentes a transformar su vocación en tarea viva.
“La crisis vocacional es crisis antropológica”
Uno de los puntos centrales del decálogo presentado por Mons. Argüello fue su diagnóstico sobre el origen del actual enfriamiento vocacional. A su juicio, la crisis que atraviesa la Iglesia tiene raíces más hondas: es una crisis de humanidad.
“La realidad que nos rodea no es de falta de curas y monjas, sino de falta de vidas que se comprendan a sí mismas como vocación”, explicó. En su intervención, denunció el modelo cultural dominante, donde el ideal de la libertad se confunde con autonomía absoluta, y el éxito personal sustituye al servicio y a la entrega.
El arzobispo describió con lucidez algunos rasgos de esta crisis: la pérdida de herramientas básicas para la vida entre los jóvenes, la confusión respecto al amor y la sexualidad, la búsqueda ansiosa de la eficacia y la pérdida de la trascendencia. En ese contexto, muchas veces la pastoral vocacional cae —advirtió— “en una pastoral de valores más que de encuentro con Dios”.
“Cuando la vocación se reduce a una opción sentimental o profesional, sin apertura a lo trascendente, pierde su raíz”, afirmó. Por eso, invitó a recuperar una cultura vocacional integral, que impregne toda la vida eclesial y social, donde cada cristiano redescubra que su existencia tiene un propósito divino.
“El don no se merece, se acoge. No se conquista, se agradece. No se entierra, se entrega.”
Discernir, acompañar, construir una cultura vocacional
En su decálogo, el arzobispo subrayó que toda vocación es un camino y no un momento aislado. No se trata de un destino impuesto, sino de una “oferta de gracia que exige libertad, creatividad y discernimiento”.
Acompañar ese proceso —dijo— es una tarea que implica escucha, acompañamiento espiritual y una pastoral viva que no se limite a actividades, sino que ayude a las personas a interpretar sus experiencias a la luz de Dios.
El discernimiento vocacional, señaló, “no es un examen psicológico ni una elección técnica, sino una lectura creyente de la vida”. En esa línea, animó a los responsables pastorales a releer las experiencias personales como “huellas de Dios”, reconociendo en ellas signos de su llamada.
Para ello, es imprescindible fomentar una cultura vocacional en toda la Iglesia, una especie de “ecosistema espiritual” donde las personas descubran qué hacer con su vida. Esa cultura debe promover, según Argüello, la comunión, la escucha y la alegría de la entrega.
“La vida es vocación y la dicha pasa por saberse donación”, reiteró. La meta es construir una Iglesia-familia vocacional, donde cada carisma y ministerio se reconozcan como parte de un mismo cuerpo animado por el Espíritu.
“Ninguna vocación se comprende en sí misma; todas se enriquecen mutuamente. Somos una familia trinitaria llamada a vivir en fraternidad.”
En ese horizonte, el presidente de la CEE animó a los laicos, consagrados y sacerdotes a ayudarse mutuamente
en el discernimiento y promoción de las vocaciones: “¿Qué pueden hacer los laicos para suscitar buenas vocaciones sacerdotales y consagradas? ¿Y qué pueden hacer los sacerdotes para apoyar las vocaciones laicales? La respuesta está en la colaboración y el amor fraterno.”
Una pastoral con alma misionera y mirada al futuro
En los últimos puntos de su decálogo, Mons. Argüello abordó la dimensión práctica de este desafío. Propuso que todas las diócesis y comunidades organicen una Pastoral Vocacional unificada, capaz de trabajar en comunión entre distintos sectores —juvenil, familiar, educativa o catequética— para integrar la vocación como eje transversal de la vida eclesial.
“La pastoral vocacional es hoy la dimensión más significativa de toda propuesta pastoral”, afirmó, recordando que no se trata de un departamento aislado, sino del corazón mismo de la misión.
El arzobispo insistió también en la “urgencia vocacional y misionera” que atraviesa la Iglesia española. Frente a la desilusión o la indiferencia, pidió volver a encender el entusiasmo evangélico:
“Ser una Iglesia vocacional es un reto que nos supera, pero también una gracia que nos renueva. Hemos de pedir al Dueño de la mies que envíe obreros a su campo.”
Por eso, llamó a promover una pastoral que “no se limite a conservar estructuras”, sino que inspire a los creyentes a vivir gozosamente su propia vocación
y a contagiarla en los entornos cotidianos: familia, trabajo, comunidad, escuela o misión.
Finalmente, su mensaje culminó con una exhortación esperanzadora:
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