¿Pero qué es la Verdad?, me preguntarás: la Verdad, querido joven sin sentido, es el secreto para dar sentido a tu vida. Sé lo que estás pensando, apenas hemos comenzado y ya te desvelo el desenlace de nuestra historia. Tranquilo, cambia ese rostro de perenne decepción que te caracteriza, porque a pesar de lo que piensas, las buenas historias comienzan por el final. De hecho, la mejor de todas ellas nos reveló el final de los finales, lo que nos espera en la siguiente vida, y no por ello la de ahora dejó de serlo. Más bien todo lo contrario.
También sé que esta respuesta no es ninguna novedad y eso te decepciona aún más, pues has hecho de lo nuevo tu verdad. Piensas que es lo nuevo lo que te salvará: una nueva escapada, una nueva casa, un nuevo trabajo, una nueva pareja… ¡La clave es reinventarse! Dime, self-made-man, ¿cómo te ha funcionado todo eso hasta ahora?
Yo, en cambio, te propongo la cosa más vieja que puedas encontrar, tan vieja como que ya estaba allí incluso antes de que el hombre fuera hombre y que le ha acompañado después durante toda su existencia. Pero a la vez es también la cosa más nueva y original, la única novedad que te renueva en lugar de distraerte, pues la Verdad seguirá presente cuando nosotros hayamos pasado.
No frunzas el ceño, ya te lo advertí. La Verdad es así, tan paradójica como tu cobarde huida, tan vieja y tan nueva como tan fácil y tan difícil. Mira, la verdad es tan fácil de comprender porque, en realidad, todos sabemos lo que es: eso que está justo ahí, como nuestra sombra, como el reflejo en el espejo, lo único de lo que no podemos escapar, pues es precisamente de lo que estamos hechos. Pero a la vez resulta que es la cosa más difícil, porque en realidad, la Verdad es mucho más grande que nosotros, justamente su segundo rasgo. Es el reflejo, sí, pero también es el espejo, la habitación, la casa entera y todo lo que hay fuera. Y tú pretendes que yo, una parte ínfima e imperfecta, te explique ese todo infinito y magnífico. ¿No será más lógico que sea el todo el que nos explique a nosotros? Otra prueba más para tu ego; pero no te detengas, sigue leyendo.
En efecto, la Verdad no se puede abarcar, y claro, mucho menos hacerle justicia con unas torpes palabras. Intentar definirla sería algo así como querer mirar al sol directamente: su resplandor nos ciega, pero sin él quedamos a oscuras. Es decir, que la Verdad no se ve directamente, pero sin ella no podemos ver. Lo que intento decirte es que la Verdad no existe para ser descrita en un artículo, ¡sino para ser vivida! Apunta este, su tercer rasgo, pero no lo hagas en un trozo de papel, sino en tu corazón.
Solía decir San Agustín que si no le preguntas qué hora es, la sabe perfectamente, pero si le preguntas por ella, no sabe qué decirte. Algo así sucede con la Verdad. Todos la conocemos y sin embargo ninguno es capaz de precisar con claridad. No te desanimes, no permitas que los árboles te impidan ver el bosque, no confundas precisión y certeza con verdad, no la reduzcas a una fórmula científica ni a una filosofía donde encajen todas tus faltas, para que tú sigas faltando. Tu vida, al igual que la Verdad, es mucho más que eso.
Si aún sigues conmigo te habrás dado cuenta de que estoy intentando convencerte de lo único que solo tú puedes convencerte. Y este es justamente el rasgo más bello que la Verdad en mayúsculas contiene y que no se observa en ninguna otra verdad: que uno solo puede llegar a Ella por sí mismo; que, como el verdadero amor, solo aparece cuando creemos en él. Por eso la Verdad se esconde, para mejorarnos, porque no quiere la vanidad del que prueba y confirma sino el amor del que busca sin descanso.
Ese es el auténtico hombre rebelde, el que alza las manos al cielo, no para cuestionar, como mi Pilatos adolescente, sino para cuestionarse, o lo que es lo mismo, para buscar la Verdad y rendirse ante Ella en una acto de absoluta entrega y libertad. Pues la Verdad no sirve de nada si no somos nosotros quien le servimos a Ella, su último rasgo.
Toda esta gran paradoja que te he ido contando solo cobra sentido cuando entendemos que no estamos aquí para preguntar sino para responder, y que dicha respuesta no significa nada si no abarca toda nuestra vida. ¡Eso sí que está a nuestro alcance! Entonces, y justo entonces, aparece ese Rostro que aún apenas intuimos, con todos sus rasgos, un Rostro vivo y real que mira nuestra perenne decepción con eterna paciencia y con eterno amor, esperando a que Le reconozcamos, para así reconocernos por fin, tal y como somos…
Y tú, joven sin sentido, ¿Qué respondes?