Gaudete: la alegría que nace de la espera confiada en Dios
16 de diciembre del 2025
En el corazón del Adviento, cuando el camino hacia la Navidad se ilumina con una esperanza cada vez más cercana, la Iglesia celebra el tercer domingo de este tiempo litúrgico, conocido como Gaudete, el domingo de la alegría. Con motivo de esta jornada, el Arzobispo de Arequipa, Mons. Javier del Río Alba, ha ofrecido una profunda reflexión espiritual en la que invita a redescubrir el verdadero sentido de la alegría cristiana, no como una emoción pasajera, sino como un fruto auténtico de la presencia viva de Dios en la historia y en el corazón del creyente.
En su artículo titulado La alegría del cristiano, el prelado peruano recuerda que esta alegría no surge de circunstancias externas favorables, sino del encuentro personal con Cristo, que viene a salvar, a sanar y a devolver al hombre la confianza perdida. Una alegría que, en Adviento, se hace especialmente intensa porque la Iglesia contempla ya muy cerca el misterio de la Encarnación.
“La verdadera alegría del cristiano nace de la certeza de que Dios viene a nuestro encuentro y nunca deja de salvar.”
La alegría, signo inequívoco de la presencia de Dios
Mons. Del Río Alba subraya que la alegría es uno de los signos más claros de la acción de Dios en la vida humana. Allí donde Dios se hace presente, brota una alegría profunda, serena y duradera, que no depende del éxito, del bienestar material o de la ausencia de problemas, sino de la certeza de saberse amado y acompañado.
El Adviento —explica— es un tiempo marcado por esta alegría expectante, porque la Iglesia se sabe en vísperas del nacimiento del Mesías y de la irrupción definitiva del Reino de Dios. Por ello, la alegría no es un añadido secundario a la vida cristiana, sino uno de sus rasgos distintivos más genuinos.
La Sagrada Escritura ofrece múltiples escenas en las que la alegría acompaña los grandes momentos de la historia de la salvación: el anuncio del ángel Gabriel a María, el gozo silencioso de Isabel cuando Juan Bautista salta en su seno, el júbilo de los pastores al escuchar la noticia del nacimiento del Salvador o la alegría incontenible de los discípulos al encontrarse con Cristo resucitado. En todos estos episodios, la alegría aparece como respuesta natural al paso de Dios por la vida de las personas.
La confianza en Dios, raíz de la verdadera alegría
El arzobispo arequipeño profundiza en el origen espiritual de esta alegría y señala que nace del acto fundamental de la fe: acoger a Jesús como Salvador. Reconocerlo como el Mesías que entrega su vida por amor, como el Cordero de Dios que carga con el pecado del mundo, transforma radicalmente la existencia humana.
Según explica, el pecado encierra al hombre en la tristeza, la angustia y la ansiedad, porque rompe la confianza en Dios y lleva a buscar apoyos falsos que nunca sacian plenamente. Por el contrario, la experiencia cristiana auténtica se caracteriza por una confianza filial que libera el corazón y lo abre a la alegría verdadera.
En este sentido, Mons. Del Río propone como modelo a la Virgen María, que supo escuchar la Palabra de Dios, acogerla sin reservas y esperar confiada en el cumplimiento de sus promesas. Esa actitud de fe confiada —afirma— es la que permite al cristiano vivir una alegría que no se apaga ni siquiera en medio de las pruebas.
Gaudete: una alegría que se expresa y se celebra
El tercer domingo de Adviento tiene también una expresión litúrgica particular que refleja esta alegría interior: el uso del color rosa en las vestiduras sacerdotales. Mons. Del Río recuerda que este signo no es meramente estético, sino profundamente simbólico. El rosa irrumpe en el Adviento morado como un anticipo luminoso de la Navidad, indicando que la espera está llegando a su culmen.
La alegría que la Iglesia celebra en este domingo —afirma el arzobispo— brota de la certeza de que Jesús, el Niño que nace en Belén, viene una vez más a la vida de cada creyente y a cada hogar. No se trata solo de un recuerdo histórico, sino de una presencia viva que quiere hacer crecer la vida divina en el corazón de quienes se abren a Él.
Esta alegría no excluye a nadie. Al contrario, se dirige de modo especial a quienes se reconocen necesitados de salvación, a los heridos, a los cansados, a los que cargan con el peso del pecado o del sufrimiento. Como recuerda el propio Jesús en el Evangelio, Él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, ni a los sanos, sino a los enfermos del alma.
Una invitación a vivir el Adviento con gozo auténtico
La reflexión de Mons. Javier del Río Alba se convierte así en una invitación clara a vivir el Adviento desde una alegría profunda, anclada en la fe y sostenida por la esperanza. No una alegría superficial o ruidosa, sino aquella que nace del encuentro con Cristo y de la certeza de que Dios no abandona a su pueblo.
En un mundo marcado por la incertidumbre, el cansancio y la desconfianza, el mensaje del Domingo de Gaudete recuerda a los cristianos que la alegría es posible porque Dios está cerca, porque el Salvador viene y porque su amor tiene la última palabra sobre el pecado y la muerte.
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