Un paso hacia el entendimiento: teólogos protestantes valoran la clarificación vaticana sobre los títulos marianos
17 de diciembre del 2025
En pleno centro de Roma, lejos de los itinerarios turísticos más transitados y a resguardo del ruido de la ciudad moderna, se conserva un testimonio mariano de extraordinario valor histórico y espiritual. La iglesia de San Vital, el templo cristiano más antiguo que permanece íntegro en el casco histórico de la capital italiana, custodia desde hace siglos una imagen casi desconocida: la primera representación de Nuestra Señora de Guadalupe pintada en Roma, apenas dos décadas después de las apariciones del Tepeyac.
Se trata de una obra que sorprende por su fidelidad iconográfica al ayate de San Juan Diego y que constituye una prueba silenciosa, pero elocuente, de la rápida difusión europea de la devoción guadalupana, mucho antes de que se consolidara como uno de los grandes signos de identidad religiosa del continente americano..
“Desde un templo paleocristiano de Roma, la primera Guadalupe europea sigue recordando, en silencio, que su mensaje nació para toda la Iglesia y no conoce fronteras.”
San Vital: un templo paleocristiano que guarda la memoria viva de la fe
La iglesia de San Vital fue construida en el año 386 y es, según explica su párroco, el padre Elio Lops, “el único edificio de culto del siglo IV que ha permanecido intacto a lo largo de los siglos” en el centro de Roma. Su discreta fachada y su ubicación, alejada de las grandes basílicas, han contribuido a que pase desapercibida para muchos peregrinos y visitantes.
Sin embargo, este templo paleocristiano es un auténtico cofre de memoria eclesial. Entre sus muros se superponen siglos de fe, arte y devoción, culminando en un ciclo pictórico realizado con ocasión del Jubileo del año 1600. Dentro de este conjunto, una imagen mariana destaca por su singularidad: una Virgen de Guadalupe pintada hacia 1550, que permanece prácticamente ignorada incluso por muchos estudiosos. “Nunca se le ha dado la importancia que merece”, afirma el P. Lops con convicción, consciente de que se encuentra ante una obra que enlaza de forma directa a Roma con el milagro guadalupano ocurrido en México en 1531.
Una imagen inconfundible: la Virgen del Tepeyac en clave romana
Ante la pintura, las semejanzas con la imagen estampada milagrosamente en la tilma de San Juan Diego resultan evidentes. “No hay ninguna duda sobre su identidad”, asegura el párroco. Aunque la posición de las manos presenta una leve variación y no aparecen los rayos solares que suelen rodear a la Virgen, los elementos esenciales están presentes.
La mirada, serena y profundamente maternal, es la misma; el cinturón oscuro que señala su maternidad permanece intacto; y bajo sus pies se distingue claramente la luna creciente, uno de los símbolos más elocuentes del relato guadalupano. Estos rasgos confirman que el artista conocía de primera mano la iconografía original, cuando aún no se había fijado definitivamente el modelo que siglos después se reproduciría de forma masiva.
La obra fue realizada por el jesuita Giovan Battista Fiammeri, un pintor activo en la Roma del siglo XVI, encargado de decorar el conjunto de San Vital con motivo del gran Jubileo de 1600. Sin embargo, esta imagen mariana es anterior y ocupa un lugar destacado dentro del templo, como si ya entonces se reconociera su singular valor devocional.
Una hipótesis sugerente: del Tepeyac a Roma por mar
Aunque no existen documentos que certifiquen con absoluta certeza el origen del modelo utilizado por Fiammeri, el P. Lops sostiene una hipótesis tan sugerente como plausible. Según esta interpretación, el jesuita habría pintado la imagen a partir de un boceto realizado por misioneros españoles que regresaron a Roma tras conocer de primera mano los acontecimientos ocurridos en el cerro del Tepeyac, apenas veinte años antes.
Un detalle iconográfico refuerza esta lectura histórica. En la parte inferior de la pintura aparece una pequeña carabela, símbolo del viaje transatlántico. “Es el barco con el que viajaron a México”, explica el sacerdote. Este elemento, muy poco habitual en las representaciones guadalupanas posteriores, encaja perfectamente en el contexto de los primeros contactos entre el Nuevo Mundo y la Santa Sede.
Sea cual sea el itinerario concreto que siguió la devoción hasta llegar a Roma, lo cierto es que esta imagen precede en varias décadas a otras representaciones de la Virgen de Guadalupe conservadas en la ciudad, que datan mayoritariamente de mediados del siglo XVII. En términos históricos, supone una recepción extraordinariamente temprana de un acontecimiento que, con el paso del tiempo, marcaría de manera decisiva la espiritualidad de América.
Un testimonio europeo del nacimiento espiritual de América
La pintura de San Vital adquiere así un valor que trasciende lo artístico. Es un testimonio de cómo la Iglesia universal acogió desde muy pronto el mensaje guadalupano, percibiéndolo no como una devoción local, sino como un signo providencial para toda la cristiandad.
A las puertas del quinto centenario de las apariciones, que se celebrará en 2031, esta imagen silenciosa recuerda que la Virgen de Guadalupe no pertenece sólo a un pueblo o a una nación, sino que es Madre de la Iglesia entera. Su presencia discreta en el templo más antiguo del centro de Roma es una invitación a redescubrir las raíces profundas de una devoción que une continentes, culturas y generaciones en torno a la fe en Cristo.
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