“La esperanza rompe muros”: del encierro a Roma, un Jubileo que devolvió la dignidad a quienes vivían entre rejas

17 de diciembre del 2025
Isabel

Tras más de una década privados de libertad, un pequeño grupo de presos españoles pudo experimentar algo que parecía imposible: viajar a Roma, atravesar la Puerta Santa y participar en la Eucaristía presidida por el Papa León XIV con motivo del Jubileo de la Esperanza. No fue un viaje turístico ni un gesto anecdótico, sino una auténtica peregrinación interior y exterior que convirtió a estos hombres y mujeres en testigos vivos de que la misericordia de Dios no conoce barrotes ni condenas definitivas.



El Jubileo de los Presos, último gran evento del Año Santo, se cerró así con un mensaje profundamente evangélico: nadie queda excluido del abrazo de la Iglesia y toda vida conserva una dignidad que ninguna sentencia puede borrar.

“La esperanza rompe los muros, devuelve la dignidad y abre caminos nuevos incluso allí donde parecía imposible volver a empezar.”

Un permiso excepcional para un camino extraordinario


El viaje fue posible gracias a un complejo y cuidadoso proceso administrativo. Víctor Aguado, director de la Pastoral Penitenciaria de Valencia, acompañó a un grupo de trece personas —entre internos, voluntarios y el capellán— que lograron un permiso especial para salir del país y llegar hasta la Ciudad Eterna.


Seis de los participantes eran presos de segundo y tercer grado, regímenes penitenciarios que permiten determinadas salidas controladas. Para hacerlo realidad, fue necesario recabar autorizaciones de las Juntas de Tratamiento, la Secretaría General y los órganos de vigilancia penitenciaria. “Ha sido un camino largo desde el punto de vista burocrático, pero nunca encontramos obstáculos insalvables”, explica Aguado, subrayando la seriedad y responsabilidad con la que se planteó la experiencia.


Los internos fueron seleccionados entre personas conocidas desde hace años por la pastoral: hombres y mujeres implicados en talleres, en la vida comunitaria y en la celebración de la Eucaristía. “Sabíamos que eran personas de fe, que necesitaban este paso y que lo iban a vivir con profundidad”, afirma.



Atravesar la Puerta Santa: asumir una vida nueva


Uno de los momentos más intensos del Jubileo fue el paso por la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Para los presos, no se trató de un gesto simbólico más, sino de una experiencia profundamente transformadora.

“Querían llegar limpios por dentro, sin cargas, preparados espiritualmente”, relata Aguado. La peregrinación se convirtió así en un acto de responsabilidad personal y de compromiso con un futuro distinto. “Al cruzar la Puerta Santa asumieron un nuevo camino, la conciencia de que ahora tienen que hacer las cosas bien, de que su vida puede recomenzar”, explica.


La participación en la Misa presidida por el Papa León XIV fue igualmente significativa. Aunque celebrada en italiano, “todo se entendía perfectamente”, señala Aguado, porque el lenguaje de la fe y de la misericordia trasciende cualquier idioma. Para los internos, ver al Papa era encontrarse con “la representación del Señor en la tierra”, un signo tangible de que la Iglesia no se olvida de ellos.



La esperanza que derriba muros y devuelve la paz


Durante los días en Roma, Aguado percibió algo que le marcó profundamente: la transformación interior de los presos. “Transmitían una alegría serena, una mirada de paz. La esperanza va más allá de cualquier muro y la dignidad de las personas no se puede arrebatar”, afirma.

Para quien lleva catorce años trabajando en el mundo penitenciario, no es casual que el Jubileo haya concluido con este encuentro.


“Las cárceles son un mundo invisible para la sociedad, pero estas personas van a volver a salir, y su reinserción depende también de cómo las acojamos”, reflexiona. Aguado recuerda con fuerza una convicción cristiana esencial: “Si sabemos que el Señor lo perdona todo, ¿quiénes somos nosotros para negar el perdón?”. Rechaza el estigma que reduce a las personas a su pasado: “No son ‘exreclusos’; son personas, con dignidad y con una vida por delante”.


Desde esta experiencia, lanza una interpelación directa a todos los cristianos: las obras de misericordia no pueden quedarse en teoría. “El Señor sigue preguntándonos: ‘Estuve en la cárcel, ¿vinisteis a verme?’”.



La Iglesia en las cárceles: misericordia que acompaña y rescata


El Jubileo de los Presos también contó con la participación del sacerdote italiano Raffaele Grimaldi, coordinador de los 230 capellanes que atienden a los cerca de 62.000 detenidos en Italia. Tras más de dos décadas de servicio en la cárcel de Secondigliano, en Nápoles, Grimaldi ofreció una mirada lúcida y pastoral sobre la realidad penitenciaria. Este Jubileo, afirma, ha puesto de manifiesto dramas que no pueden ignorarse: hacinamiento, pobreza, suicidios, falta de recursos, ausencia de trabajo y, sobre todo, la escasa acogida social. “La Iglesia quiere llevar a las cárceles el amor de Dios y su misericordia, que siempre va en busca de lo que está perdido”, subraya.


Grimaldi acompañó al Papa a presos de distintas cárceles italianas, incluidos jóvenes y un condenado a cadena perpetua. Para ellos, asegura, fue un momento de profunda alegría y consuelo. “Cada preso necesita escuchar una palabra de misericordia, alguien que no juzgue ni condene, sino que abrace”.



Vidas heridas, pero no perdidas


El sacerdote insiste en que el Jubileo no ha sido un acto aislado, sino el fruto de una preparación espiritual prolongada dentro de los centros penitenciarios. “Anunciar la esperanza no es una consigna vacía; resuena con fuerza en el corazón de quienes viven privados de libertad”, explica.

Reconoce que los presos han cometido errores y cumplen condena por ello, pero advierte del peligro de una justicia sin misericordia: “La justicia debe ir acompañada del perdón, para no convertirse en venganza”. Tender la mano, afirma, es la única vía para que estas personas puedan retomar sus vidas y transformarlas.



Grimaldi recuerda con emoción historias concretas, como la de un joven albanés que recibió el Bautismo el pasado 12 de diciembre. “En nuestras cárceles hay muchas vidas que necesitan ser rescatadas. Si no ofrecemos estas oportunidades, el preso muere por dentro y también muere la esperanza en su corazón”.


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