Navidad bajo las bombas: un sacerdote católico celebra la fe entre apagones, misiles y esperanza en Ucrania

Mientras buena parte del mundo se prepara para la Navidad entre luces, villancicos y reuniones familiares, en Ucrania el Adviento se vive bajo el estruendo de los misiles y la incertidumbre cotidiana. A pocos días de la Nochebuena, la pequeña comunidad católica de Bila Tserkva, a unos cien kilómetros de Kiev, se dispone a celebrar el nacimiento de Cristo en un contexto marcado por apagones, miedo y pérdidas constantes. Allí, el sacerdote misionero Lucas Perozzi resume el anhelo profundo de sus fieles con una súplica sencilla y radical: que Dios se haga presente en medio de la guerra.

“En medio de la guerra, la única esperanza verdadera es que Dios vuelva a nacer en nuestros corazones.”

Una vida cotidiana marcada por la cercanía de la muerte

“Nos enfrentamos a la muerte cada día”. La afirmación del P. Perozzi no es una metáfora espiritual, sino la descripción literal de una realidad que se repite jornada tras jornada. En la ciudad de Bila Tserkva, situada en el corazón de Ucrania, los ataques aéreos son frecuentes y la sensación de vulnerabilidad es constante. El sacerdote, misionero brasileño que lleva más de dos décadas sirviendo en el país, relata que los funerales se han convertido en una escena habitual, reflejo del alto coste humano del conflicto.

Su llegada reciente a la ciudad estuvo marcada por un ataque especialmente violento. Sin apenas sistemas de defensa antiaérea, los misiles alcanzaron sus objetivos, provocando el derrumbe de un edificio de cuatro plantas, con víctimas mortales, heridos y decenas de familias que lo perdieron todo en cuestión de segundos. En este escenario, la fe no elimina el dolor, pero se convierte en el único punto de apoyo firme.

Celebrar la Eucaristía a la luz de las velas

A la amenaza de los bombardeos se suman los apagones diarios, consecuencia directa de los ataques contra las infraestructuras energéticas del país. La vida parroquial se adapta como puede a esta precariedad. Hay misas celebradas con linternas, velas encendidas y un silencio apenas roto por el eco lejano de las explosiones. La electricidad suele desaparecer durante la madrugada y no regresa hasta bien entrada la tarde, cuando lo hace.

La falta de servicios básicos afecta a todos: agua intermitente, alimentos cada vez más caros y una economía asfixiada por la guerra y por la llegada constante de desplazados desde las zonas más castigadas del este. “No sé cómo la gente logra sobrevivir”, confiesa el sacerdote. En ese contexto, cada día vivido se percibe casi como un milagro.

Una Iglesia herida, pero en pie

La comunidad católica local es pequeña y vive, además, una herida histórica aún abierta. La iglesia en la que celebran la liturgia fue confiscada durante la época soviética y nunca fue devuelta. Hoy, los fieles deben pagar un alquiler anual para poder rezar en el templo que les fue arrebatado, renovando periódicamente permisos con el Ministerio de Cultura.

Es una carga más, añadida a tantas otras, que no ha logrado apagar la vida de fe. Con el apoyo de Ayuda a la Iglesia Necesitada, la parroquia ha iniciado la construcción de un nuevo centro pastoral. El proyecto, aún inconcluso, está pensado como un espacio de esperanza concreta: contará con capillas, salas para jóvenes y un centro de rehabilitación destinado a veteranos de guerra, muchos de ellos profundamente marcados física y psicológicamente por el conflicto.

Navidad sin adornos, pero con Dios

Ante la cercanía de la Navidad, las expectativas materiales han quedado completamente relegadas. No hay lugar para listas de regalos ni celebraciones externas. El deseo es otro, más esencial: que Dios nazca en los corazones. El P. Perozzi insiste en que, incluso si la guerra no termina, la presencia de Cristo sigue siendo posible y necesaria en medio de la fragilidad.

Reza cada día para que sus feligreses puedan acoger al Niño Jesús en una realidad herida, sabiendo que la vida puede quebrarse en cualquier momento. En Ucrania, la Navidad se celebra sin seguridades humanas, pero con una fe que se niega a desaparecer, incluso bajo las sirenas y la oscuridad.



La Navidad que se prepara en Bila Tserkva no tiene brillo exterior, pero encierra una hondura evangélica que interpela al mundo entero: allí donde la vida parece más frágil, la fe se vuelve más esencial, y el pesebre se levanta, una vez más, en medio de la noche.